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Crítica de Danza-Performance

La música y la danza en una sola partitura

La violista Isabel Villanueva y el bailarín y coreógrafo Antonio Ruz estrenan en el Central, «Signos»

Isabel Villanueva y Antonio Ruz en «Signos» J.M.Serrano

Marta Carrasco

Los encuentros de la música con la Danza han deparado a lo largo de la historia resultados asombrosos. Mozart, Bach, Vivaldi, Tchaicovsky, Stranvinsky..., y un sinfín de compositores de todas las épocas han sido los inspiradores de movimientos de todas las estéticas dancísticas. La fronteras se rompieron hace tiempo, y deben de seguir explorándose nuevos caminos.

La alianza entre la violista Isabel Villanueva y el bailarín y coreógrafo (Premio Nacional de Danza 2018), Antonio Ruz, ha generado una obra llamada «Signos» cuyo estreno absoluto ha albergado el Teatro Central este fin de semana.

Al encuentro entre ambos intérpretes se une una bellísima música en directo: la Partita nº2 de Bach en versión para viola y la obra «Signs, Games and Messagesy» del compositor húngaro, György Kurtág, que hace pocos días cumplía los 95 años.

Nada en esta obra está dejado al azar. Isabel Villanueva, ha escogido para esta pieza interpretarla con la viola, y no un instrumento cualquiera, se trata de una viola italiana del siglo XVII de delicadísima factura. La música de Kurtág y la de Bach ejercen una comunión perfecta.

Un espejo que se convierte en ventana según la luz, para reflejar ese necesario alter ego entre ambos artistas, una mesa y una silla son los escasos elementos que se utilizan en esta íntima pieza que transmite una constante sensación de paz al espectador, quizás también por haberse ejecutado en la sala B del teatro, donde la cercanía del público es absoluta.

Antonio Ruz es como el segundo arco de la obra , el otro es el de la viola con la que Isabel Villanueva recorre las cuerdas. Porque a la intérprete Ruz le ha pedido que abandone la estática fórmula del músico habitual, sentado en una silla frente al atril, y la ha convertido en un elemento más de esta composición , donde nada es estático. Villanueva interpreta la música mientras va moviéndose por el escenario, o es el propio Ruz quien la va suavemente depositando en uno u otro sitio. Tan sólo en la giga de la Partita 2 se puede ver sólo bailar a Ruz, con movimientos muy pegados a la tierra y siguiendo casi milimétricamente la partitura musical. Todo lo contrario que al final de la obra donde en la chacona de la pieza de Bach Villanueva está sóla frente al público, mientras sus dedos se deslizan por esta dificilísima partitura del músico alemán.

Kurtág está presente en la obra, mucho lo han estudiado ambos intérpretes, y Ruz rememora así, sentado en una silla y dibujando signos sobre unos papeles que va tirando al suelo, los dos años en los que Kurtág no pudo componer y se dedicó a dibujar con tinta china. Sobre esos papeles, luego vestida de blanco, hace Villanueva el epílogo musical.

Un papel muy especial tiene el diseño de luces de Olga García , que no es hiriente con la obra ni agresivo en su ejecución, sino más bien todo lo contrario, es como si fuera una nota más de esta partitura dancística-musical.

«Signos» es una pieza que se desarrolla en la frontera inexistente de la danza y la performance , donde si Villanueva es la referente más inmediata, Ruz se convierte en el arquitecto del espacio y el movimiento. Uno sin el otro, simplemente no existirían. «Signos» es un feliz atrevimiento de encuentros creativos , de esos que dejan una sensación diferente en cada uno, pero sin duda real. Ante tanta belleza la indiferencia no tiene lugar.

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