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Crítica de ópera

Ópera en Sevilla: «Don Pasquale» a trío

El Teatro Maestranza vivió una gran noche de ópera en el estreno de su temporada lírica con este clásico de Donizetti

Sara Blanch y Calos Chausson, la gran pareja de cantantes de esta ópera Cristina Gómez

Carlos Tarín

Es difícil puntuar con estrellas este «Don Pasquale» , cuando de las cuatro patas del banco una se queda muy corta. Pero la gran noche de ópera vivida nos decantó por la botella suficientemente llena. Sin duda, la dirección de Laurent Pelly volvía a hundirse en el corazón del texto, extrayendo toda la savia que subyace en él. Lo hizo en la última y fascinante «Hija de regimiento» , y ahora repetía acierto con esta última gran ópera bufa que es «Don Pasquale».

Con él la escena pocas veces se aquieta y los guiños son continuos. Plantea la obra en espacios semiabiertos, a los que se accede por puertas o por la enorme parte descubierta. En cualquier otro «regista» lo que vamos a decir sonaría a nuestra imaginación; pero conociendo a Pelly, la imaginación es la de él : desde la primera ópera bufa, convengamos que «La serva padrona» , habían pasado cien años, y las formas cerradas Donizetti aquí las fue abriendo, interconectando los números, convirtiendo en «ariosos» los posibles recitativos, acompañándolos de la orquesta , enlazándolos a veces directamente con arias, concertantes

O en el momento más dramático de la obra, cuando Norina pega al anciano, Donizetti pasa a una tonalidad menor , poco usual. Se hace el silencio y el cortejo de criadas con flores se paraliza; pero en menos de un minuto vuelve la tonalidad mayor, Norina sigue colocando flores mientras el viejo va tornando su dolor humano en otro tipificado, reminiscencia de la «Commedia dell’Arte» de la que procede.

Podíamos proseguir: la casa se vuelve del revés en cuanto Norina la pone patas arriba, la entrada de Malatesta se hace a lo comendador mozartiano, los valses recuerdan el estatus elevado del anciano o acompañan el vestuario, joyas y estilo de vida de la nueva joven aburguesada.

El canto estuvo, en general, a la altura del prodigio . En realidad, la verdadera pareja está formada por la joven y el septuagenario ; y, ¡oh prodigio!, la joven lo es en voz, vitalidad, belleza y maneras, mientras Carlos Chausson está a punto de cumplir los setenta y canta «soy un setentón»: cada uno está donde debe.

Mucho ha corrido Sara Blanch desde su reina de la noche de hace dos años en este teatro a esta maléfica Norina. Muy bien templados los tremendos agudos , con coloraturas infernales , muy bien articuladas, todo desde posturas, carreras, saltos … E igualmente impresionante resultó «Quel guardo il cavaliere» , con un registro aterciopelado, cálido, expresivo, que rompería inmediatamente en la endiablada «cabaletta» que le sigue, en la que compendiaba los mencionados artificios del «bel canto» .

Hace 16 años que no se representaba el famoso título en Sevilla, y lo protagonizó Carlos Chausson. Y hemos de hacer del tópico una realidad, porque parece que no hubieran pasado los años por él: en primer lugar, un registro poderos o, lleno, con el que lucha siempre por doblegar a Norina, junto a una potencia de emisión que sigue sin perder, el dominio total del canto «sillabato» , ese trabalenguas dicho a velocidad ininteligible que resulta de un efecto tan cómico y que necesita la perfecta articulación , respiración y dominio del texto.

La coetaneidad de personaje y cantante sirve para prestarle aún más verosimilitud al rol, las dotes escénicas de Chausson son extraordinarias, pero aún tuvo que correr, rodar o hasta hacer una «plancha».

El dúo del acto III es un ejemplo del canto «sillabato» que compartió con el Malatesta de Joan Martín-Royo , que lo bordó . Nos fascinó también su canto limpio , homogéneo de la cabeza a los pies, de registro atractivo y cargado de riqueza expresiva. Sinceramente preferimos un doctor algo mayor, o al menos de registro más corpulento y lleno, ya que el doctor es un Don Alfonso, el único que mueve todos los hilos de la trama. Pero lo han elegido a él y lo ha hecho de fábula .

Sobre una base de tenor lírico italiano, el registro de Anicio Zorzi Giustiniani era demasiado delgado , sin entidad y los agudos, aunque presa de una reciente y avisada afección vocal , resultan de forzar la emisión apretando, resultando algo «caprino».

Corrado Rovaris nos dio un susto con una obertura deslavazada y errática; pero en cuanto empezó el canto lanzó a la orquesta en un seguimiento intensivo de las voces , que si bien en algún momento las oscureció, mayoritariamente insufló vitalidad y enjundia al conjunto, colaborando a un resultado espectacular .

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