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Crítica de Danza

¡...Y el claustro de los muertos, resucitó!

El Itálica Festival Internacional de Danza presentó una de las tres noches de Rocío Molina, en esta ocasión junto a Rafael Riqueni

Rocío Molina y Riqueni, en el Festival de Itálica VANESSA GÓMEZ

Marta Carrasco

Era una noche esperada y los que nos concentramos en el claustro de la muertos del monasterio de San Isidoro del Campo, no éramos muy conscientes de lo que íbamos a ver en esa jornada del Festival de Danza de Itálica. La presencia de Rocío Molina en un escenario supone siempre la innovación en el flamenco, pero en este caso la bailaora nos permitía al público contemplar un «trabajo en proceso», en lo que ella denominaba una experiencia de performance en su laboratorio de creación.

En el recoleto escenario una silla iluminada en cuadrado de luz. Sale Rafael Riqueni , guitarra en mano, barba encanecida y sonrisa tímida. Silencio. Riqueni espera. A su espalda por los arcos del claustro emerge la figura de una mujer, es Rocío Molina.

En el momento en que pisó el escenario supimos que estábamos ante una ceremonia creativa en la que el cariño entre ambos era parte del momento, traducido en la complicidad de las miradas, sonrisas, caricias de la bailaora sobre el hombro del guitarrista..., hasta fundirse en el abrazo final.

Molina comienza formando parte con su cuerpo de la partitura musical. Va ataviada con una blusa y una falda lisa que vuela con el viento ocasional en el patio. El pelo recogido en una trenza, estirado. Empieza una de las tres noches de este «Impulso», y Molina comienza a mover sus brazos y sus manos como si fueran notas de la partitura musical en brevísimos y tenues movimientos. Casi no se mueve en el sitio, avanza lentamente moviendo brazos y manos y haciendo «cambrés» de gran escorzo in crescendo. Pero está Molina casi tímida, manda el maestro trianero de la guitarra . Parece una especie de baile de respeto hacia el músico, casi reverencial.

La experiencia creativa continúa durante una espectacular hora. Poco a poco Molina se adentra en su baile, y las fuerzas se equilibran. Mete la bailaora los pies, casi como excepción, y sigue la música de la guitarra que suena a gloria. Dice Riqueni que la guitarra le ha salvado muchas veces, la otra noche nos salvó a todos. Melódico, flamenco, concentrado como si tocara para los dioses, o para esa diosa que es Molina . Era un encuentro en el Olimpo flamenco.

Cambia Riqueni de guitarra, esta suena diferente. Ha cambiado las cuerdas, la tercera por la cuarta, la primera...., sus cosas, sus genialidades, y toca una imperial soleá en solitario. Yse se oye una voz, «¡qué bien tocas, Rafael!», es su tocayo Rodríguez, «El Cabeza».

Sale Molina con otro atuendo, se ha soltado el pelo, viste maillot y una falda que parece un tutú largo formado por cientos de fragmentos de tul, atuendo que luego se quitará para quedar en el maillot de pantalón a media pierna. No es vanal es vestuario, es importante.

Y entonces parece como si la bailaora emergiera para hablarle de tú a tú al maestro. Ha llegado el momento. Se sitúa en el centro del claustro y su imagen se refleja en sombra sobre los hermosos azulejos del XVI. Baila Molina con esa extensión que va más allá de los palos del flamenco, usando sus pies, sus brazos, su cintura, su cara. Mira a Riqueni y le sonríe, e incluso le habla. Suenan tres notas, y sabemos lo que va a pasar. Es «Amargura» la bellísima marcha de Font de Anta que Riqueni interpretó por primera vez en la Bienal de Flamenco de 1994 en el espectáculo «De la luna al viento» de María Pagés.

«Amargura» en el claustro de los muertos, sobrecoge . Molina lo sabe y se transfigura en una imagen sobrecogedora y casi reverencial con el pelo ocultándole la cara. Todo está estudiado, no hay nada al azar, hay que crear imágenes. Se mueve con cadencia procesional de un lado a otro, baila y eleva sus brazos al cielo. Es impresionante su capacidad de danzar y saborear el flamenco. Con el último compás, caen sus manos. El público sobrecogido.

Pero no ha terminado. Ambos nos quieren devolver ambos al mundo de los vivos. Retira Molina la falda de tules y Riqueni nos devuelve a la realidad con su guitarra y rematan la noche con la alegría de haber recorrido ese camino juntos, en el que con lenguajes diferentes han conseguido formar uno sólo . Dos genios frente a frente, o mejor dicho, andando juntos.

Y por fin, no me cabe duda, lo vivimos en esa noche del sábado: el claustro de los muertos, resucitó.

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