Crítica de ópera
Una oscura 'Traviata' a dos tintas
La esperada producción de David McVicar decepcionó por la reducción colorística escénica y musical que se vio en el Teatro de la Maestranza
Pedro Halffter regresa al Teatro de la Maestranza con 'La Traviata'

Aplazada por la pandemia, por lo visto la cola de teatros que la quieren 'obligaba' al Maestranza a programarla a mitad del mes de julio. En Sevilla. Una ola de calor ha acompañado una producción invernal (abrigos, chaquetones, etc.). Qué mala suerte, decía ... un aficionado; no, mala suerte es una ola de calor en octubre o noviembre.
La ansiada producción de David McVicar dice que mira a la novela de Dumas, pero básicamente recurriendo al principio, cuando se hace el inventario de los bienes de Marguerite/Violetta tras su muerte, y a partir de aquí poder recurrir al determinismo que conduce a la muerte de la protagonista. La producción es de 2008 y en 2005 Willy Decker -él sí- había revolucionado la visión de esta ópera verdiana con un actante nuevo, pero absolutamente implícito en Dumas y Verdi, el del Tiempo, contra el que debe luchar la protagonista infructuosamente (verdadero 'fatum').
Toda la literatura filosófico-artística que levantó el 'descubrimiento' de Decker aquí queda reducido a un brochazo de negro, al omniluto de vestuario, paredes y no sabemos si hasta de sombra de ojos. La solución de Plaza en 'El gato montés' para la España 'negra', y que hibrida muy bien con ese gusto escénico español de la melanomanía, al que se añade aquí la necrofilia. Las únicas excepciones fueron el uso del blanco para las escenas de amor verdadero, el rosa para la frivolidad y rojo para la vuelta de Violetta a los ambientes 'relajados' parisinos. De 1º de Artes Escénicas.
Y si se usó el negro también para ambientar lo 'podrido' de estas fiestas burguesas, consideremos que primero se lesionó con ello la escena visualmente más brillante de la ópera, y luego se intentó determinar el pensamiento del espectador, que tiene derecho a sacar sus propias conclusiones sin que el maestro Ciruela lo mediatice. Porque al final quedó como una fiestuqui en casa de la familia Monster. ¿Ah, que era lo que se pretendía? Enhorabuena entonces.
Primer acto fallido
Sea por esto, por la desconexión actoral o por las mismas voces, lo cierto es que el primer acto resultó fallido. Pero ya desde el tristísimo 'Preludio', que verdaderamente estaba 'muerto' al nacer. En los corrillos del descanso salió una y otra vez el recuerdo la 'Traviata' de Muti en la Expo: sólo su primer acorde, 'piano', sí, pero no exánime, presagiaba la intensidad de la historia. Aquí, la planicie orquestal sucesiva hablaba de muerte inútil, de tragedia sin sentido, frente al amor triunfante que culminaba en el último momento -con todos los matices que se quieran y siempre visto desde el corazón de la protagonista-, tras una relación de sacrificio y esperanza, salvífica y reparadora ('En mí renace... me agita un insólito vigor... Ah... vuelvo a vivir...', concluye Violetta al volver a sentir toda la fuerza de su amor).
Por otro lado, la orquesta se plegó a la voces con respeto, pero tanto ahí como sobre todo en los momentos exclusivamente orquestales adoptaba una pauta de 'comprimaria', obviando el protagonismo que da Verdi al foso, siquiera por colorear muchos momentos (aunque, claro, como en esta ópera era todo en blanco y negro…).
La voz de Arturo Chacón-Cruz nos resultó seca, de escaso brillo, de costosa tensión, y que en este primer acto andaba dubitante al abordar algunos agudos, si bien se fue equilibrando a medida que la voz se calentaba. Por ello nos sorprendió su torrente al cantar desde dentro 'Amor è palpito...' por una potencia que no presentaba ni en el brindis ni en el dúo con Violetta. Su mejor momento se concentró en el 'Lunge da lei', acaso también por sentirse por un momento libre de los ropones que lo tendrían asfixiado, presa del calor reinante. Lo cantó con ánimo, seguridad, buena vocalización y suficiente volumen; sin embargo, tanto antes como después de este momento su voz se perdía en cualquier número de grupo.
Vibrato intenso
Nino Machaidze no cantó en el ensayo general, no sabemos si por indisposición o por reservarse para el estreno, algo que no le importó a Ashley Galvani, la Violetta del segundo reparto, que asumió el papel de Machaidze en el ensayo general de esta y en el suyo. Desde luego el primer acto tampoco fue el de la soprano georgiana, a quien costaba seguir su dicción, y su canto dejaba ver un vibrato intenso, que fue corrigiendo, y sobre todo por una ralentización galopante cada vez que se quedaba sola en un pasaje ya de por sí lento, tornándose su canto en aburrido e inconexo.
Sacó adelante muy bien la extremas dificultades del 'Sempre libera', pero no se atrevió con el Mi bemol final que, aunque opcional, hay pocas sopranos que no lo den. Su mejor momento resultó, sin duda, 'Addio, del passato', bien templado, de fraseo bien articulado, sin excentricidades de 'tempo', ni salidas de tono en los agudos (apiana bastante bien hasta en esa zona).
Pero sobre todo es que las dos voces tan distintas no empastaban, era sólo una yuxtaposición de voces, a lo que sumaba la dificultad de creerse el amor súbito que surge de ambos, como si fuesen incapaces de recrear esa música de divinidad terrenal que nos dejó Giuseppe Verdi y se limitasen a cantar lo escrito.
El tercero en discordia fue Dalibor Jenis, un barítono que no podía llegar a la franja grave (y a veces ni a la media), y que fue solucionando a base de trampear con todo tipo de recursos, destacando el engolamiento. Pero sobre todo desconcertaba la brusquedad de su emisión, la expresión de los matices a su antojo, el cantar todo a su aire con reacciones desconcertantes. La zona más aguda la fue afianzando, eso sí, pero todo quedaba desdibujado ante la de-construcción de su personaje, desequilibrando gran parte del segundo acto, que pivota sobre él.
Cumplieron los comprimarios y sobresalió la labor intensa del coro, que cantó siempre en 'color', ajeno a la reducción colorística escénico-musical planteada.
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