faenas históricas
Ruiz Miguel, el triunfo de un guerrero ante los miuras
El diestro de la Isla de San Fernando cortó los máximos trofeos a un toro de «Zahariche» en la Feria de Abril de 1971
Pocas veces, en la Historia de la Tauromaquia, dos nombres han estado más asociados: Miura y Francisco Ruiz Miguel. Antes, con los toros de «Zahariche», Pepe Luis Vázquez y Diego Puerta —puro barrio de San Bernardo, la gracia del toreo sevillano—sellaron esa unión en Sevilla y en todas las plazas.
Pero el menudo torero de la Isla de San Fernando, el «cañaílla», como se le ha conocido cariñosamente a Ruiz Miguel, iba a escribir una página gloriosa en la plaza de toros de Sevilla aquella Feria de Abril de 1971, cuando le cortó los máximos trofeos a un ejemplar de Miura. Esa tarde, el toreo gaditano fue capaz de conjugar arte con valor, destreza con temple y una forma de entrar a matar, recibiendo, que puso de acuerdo a toda la plaza.
Se da la circunstancia de que ese día Ruiz Miguel sustituía a un paisano gaditano suyo, José Martínez «Limeño», otro de los diestros que alcanzó fama con los astados que pastan en «Zahariche» por aquellos años. El de la Isla, fiel discípulo de otro grande de la Tauromaquia, Rafael Ortega, lo bordó con «Gallero», de 521 kilos y marcado con el número 100 en los costillares. Aquel día hicieron el paseíllo el rejoneador Fermín Bohórquez Escribano y los diestros Andrés Hernando y Florencio Casado «El Hencho».
Don Fabricio II, en su crónica de ABCde Sevilla comenzaba escribiendo: «Un bravo toro de Miura y un prometedor torero, en feliz conjunción, en perfecto acoplamiento, en armoniosa inteligencia, han dado la nota cumbre la de Feria».
«Gallero se llamaba el toro; Ruiz Miguel fue su afortunado matador —apuntaba— (...). El joven isleño jugó el capote con arrogancia y temple en verónicas de la mejor ley y compuso una enjundiosa y vibrante faena de muleta, a tono con las condiciones del extraordinario toro». Seguía Don Fabricio II con su crónica. «En los medios desarrolló el lucido trasteo, iniciado con dos ayudados altos y uno de pecho sin enmendar la posición de la erguida figura».
Se deshacía el cronista en elogios a la faena de Ruiz Miguel y a las excepcionales condiciones del astado. Pero es digno recordar cómo contaba la estocada que le propinó el gaditano a «Gallero» tras tan extraordinario trasteo:«Citó a recibir Ruiz Miguel y, marcando admirablemente los tiempos de la bellísima suerte, clavó en los rubios parte del acero. Fue una estocada perfecta, realizada con destreza y tino superlativos, deslumbrante colofón de la extraordinaria faena. El joven matador obtuvo, con plena justicia, las dos orejas y el rabo de su bravo y dócil colaborador, toro de bandera, al que se le otorgaron merecidamente los honores póstumos de la vuelta al ruedo en el arrastre».
Una tarde en la que Ruiz Miguel comenzó a labrar su leyenda con los toros del hierro de la A con asas y
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