Francis Wolff: «Juan Belmonte es el inventor del arte del toreo»
El catedrático y filósofo francés fue uno de los tres conferenciantes del ciclo 'Tauromaquia y Cultura'
La Real Maestranza vuelve a premiar a la excelencia taurina y universitaria: «Tienen algo en común, la Cultura»

Un «maridaje» entre corporaciones del que se espera instaurar una cita anual imprescindible en el calendario de los amantes de la Cultura; y por ende, amantes de la tauromaquia. Así lo explicaba Pablo Gutiérrez-Alviz, director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, institución que ayer acogió, con el patrocinio de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, la primera jornada del ciclo 'Tauromaquia y Cultura'. El responsable de la docta casa arrancó bromeando con las tres ilusiones de futuro que se planteó durante su infancia: «Torero, futbolista o escritor». «Fui lento con el balón y rápido con las vaquillas, así que terminé viviendo de la escritura, aunque fuera como notario».
Durante la introducción de estas conferencias, Gutiérrez-Alviz recordó cómo la enciclopedia 'Los Toros', de José María Cossío, tratado histórico de la tauromaquia, advertía durante los años 60 que «no se ven señales de peligro para la pervivencia de la fiesta». «Pero la realidad actual es muy distinta a la de Cossío, con numerosos enemigos obcecados y peligrosos». Motivos, según explicó, por los que nace este proyecto conjunto entre las reales instituciones.
Ataques variados
«Partimos con el fin de reivindicar el papel de la tauromaquia como cultura», explicó Fátima Halcón, directora de estas jornadas y presidenta de la Fundación de Estudios Taurinos. «Como aficionada no necesito que nadie me convenza de lo que significa la tauromaquia, pero como está siendo atacada desde diversos flancos es fundamental que se reivindique el papel que ha tenido a lo largo del tiempo».
La primera ponente de esta jornada fue Araceli Guillaume-Alonso (Baracaldo, 1947), doctora en Filología Hispánica por la Universidad de la Sorbona, que exaltó el pregón taurino de Sevilla en el año 2017. La profesora trató sobre 'Los toros: sustrato cultural en la sociedad del Siglo de Oro', una ponencia en la que puso de manifiesto cómo los episodios taurinos no es que fueran el elemento principal de las obras, pero siempre aparecían como «un relato insertado», poniendo como ejemplo sus apariciones en crónicas de la época, novelas, poemas o prosa. «Aparecían como una peripecia —caso de Don Quijote y el rebaño con el que se encuentra—, una pequeña anécdota o una cuestión de trascendencia». «Hasta en documentos oficiales y en testamentos aparecía alguna referencia, como cuando se cedía a los herederos el usufructo de un balcón para ver el festejo en la plaza mayor».
El segundo ponente de la tarde también fue pregonero taurino de Sevilla. Al filósofo francés Francis Wolff lo 'fichó' la Real Maestranza de Caballería tras una Tercera publicada en 2008 en ABC que se titulaba «El arte de jugarse la vida», que también le valió el II Premio Manuel Ramírez que anualmente entregan esta casa y la corporación maestrante. El catedrático considera que la corrida de toros es «muchas más cosas y mucho más que un arte». «El toreo sí es un arte, de performance como decimos ahora, pero también en los dos sentidos clásicos: débil y fuerte».
La revolución belmontina
Y señaló como punto de partida artística de la tauromaquia el 11 de abril de 1913, cuando el Pasmo de Triana intercaló varias verónicas sin enmendar la plana en la plaza de toros de Madrid. «Juan Belmonte es el inventor del toreo como arte. Aquello se consideró como una 'revolución belmontina'. Y lo fue porque sus innovaciones se impusieron como cánones hasta hoy».
Cerró la jornada el catedrático emérito de la Universidad de Sevilla y miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras Rogelio Reyes Cano, con una ponencia sobre 'Los toros en la literatura: la dimensión poética de la Fiesta'. «Uno de los ámbitos culturales más vinculados al mundo de los toreros es la creación literaria, atraída, como la pintura, por su inmensa fuerza. A ningún artista, de la palabra o del pincel, los dejaba indiferentes. Despertaba el interés de poetas y escritores tanto españoles como extranjeros, tanto partidarios como detractores».
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