Pablo Aguado: «El toreo siempre ha evolucionado al ritmo de la sociedad»
El matador de la Huerta de la Salud fue el último protagonista del ciclo 'Tauromaquia y Cultura' de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras
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Hay un nuevo modelo de heroísmo. Un torero que ya no se juega la vida para escapar del abismo, sino que llega atraído por vocación, por satisfacción, por afición. Que ya no tiene un imperativo económico o una aspiración social, que prioriza su placer espiritual. Que parte de una carrera universitaria, con todos los mercados laborales a su disposición, pero que se decanta por la opción más arriesgada. En todas sus aristas. Como el caso de Pablo Aguado, graduado en Administración y Dirección de Empresas.
El torero de la Huerta de la Salud fue la rúbrica del ciclo 'Tauromaquia y Cultura' que durante esta semana ha organizado la Fundación de Estudios Taurino, perteneciente a la Real Maestranza de Caballería, en la sede de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras. Pablo Aguado fue entrevistado por la directora del ciclo, Fátima Halcón, y el escritor Alberto González Troyano, quienes le fueron preguntando por aspectos como la evolución de la técnica de torear, de la embestida del toro y de las predilecciones de los públicos.
Las motivaciones que «empujan»
González Troyano reivindicaba al inicio de este coloquio la importancia de estudiar la tauromaquia clásica para comprender e incorporar aspectos del pasado en esta constante evolución. Para Aguado, la tauromaquia «siempre ha ido acorde a la evolución de la sociedad». Desde el toro, la forma de torear y hasta las motivaciones que empujan a ponerse frente a las astas de un morlaco. Ahí se iniciaba ese nuevo «heroísmo», antes citado. «Hoy en día todo es distinto: hay acceso a todo, a un capote, a un vestido, una oportunidad. Eso hace que se toree más por deseo que por necesidad».
Cuestionado sobre la importancia que tiene el desarrollo de una buena técnica para controlar las embestidas del toro, Aguado contestaba que lo verdaderamente difícil es «conocer al toro». «La técnica es prácticamente la misma para todos, pero el toro cada día es distinto». Reconocía que el animal ha evolucionado, pero discrepa de quienes piensan que ha perdido características: «Si hoy sale el toro de otras épocas, el público lo echa para atrás antes de llegar al caballo». Al contrario de la clásica teoría que pone al torero como eje de la evolución del toro, Aguado señala que ha sido «el aficionado» el que ha impuesto este nuevo animal. Y sobre cuánto hay de cierto en eso de que un torero de su estilo necesita un determinado tipo de toro, el matador puso un ejemplo musical: «El guitarrista necesita una determinada guitarra para expresarse en plenitud, como hay músicos que son más de piano y otros de violín. Cada uno busca el instrumento que más le va a su obra».
Otros detalles y percepciones
La jornada había arrancado con el catedrático de letras clásicas y doctor en antropología, François Zumbielh, que expuso con 'Instantes del arte, arte del instante' algunos de los gestos, detalles y percepciones que se pueden captar en una corrida de toros, más allá del toreo: «Aunque la mirada de los aficionados siempre esté centrada sobre eso que se está desarrollando en el ruedo, la corrida es un espectáculo total del que se pueden captar más cosas del núcleo de la tauromaquia. Hay actitudes, gestos y exclamaciones que constituyen la expresión teatral de la corrida».
El antropólogo quería poner de manifiesto esa viveza que encierra una corrida de toros. En el público, en la barrera, en la arena. «Algunos gestos quedan insertados en la ejecución de las suertes, otros quedan enmarcados». Para Zumbielh, esos aspectos secundarios constituyen el rito de la tauromaquia y «subrayan su significado». Esos momentos pertenecientes «a la liturgia, al protocolo y a las supersticiones personales» son los que «ayudan a superar la tensión del momento». Recordaba así que el hombre que se viste de luces tiene mucho a lo que torear: «Al toro, al público, al tiempo y al miedo, que es el primer adversario con el que se encuentra el torero tras despertarse en el hotel y ver la silla». Momentos incómodos que sólo puede aliviar «con sus trastos y cuerpo, sin alzar la voz». «El silencio es la barrera principal que separa al torero del respetable, por delante de las tablas».
Continuando en esa línea de análisis, el catedrático francés señaló que el torero «habla con su cuerpo», que a su vez es «instrumento y escenario de su expresión». Traía a colación dos manifestaciones sobradamente conocidas de Juan Belmonte y Pepe Luis Vázquez, «que parecían contradecirse aunque realmente no lo hicieran». «Mientras que Belmonte hablaba de la importancia de olvidarse del cuerpo para expresarse de un modo transparente, el de San Bernardo expresaba que una de las mayores frustraciones del torero es no poderse ver al torear al animal». «Pero los dos coincidían en pensar que la manifestación suprema de este arte es la naturalidad».
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