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MOrante corta dos orejas y rabo en la maestranza

Rafael de Paula a Morante: «Lo has conseguido, hijo mío»

Curro Romero ha telefoneado esta mañana al de La Puebla del Río: «Lo que has hecho no es sólo muy importante para ti, José Antonio, sino para el toreo»

Morante resume y sublima en Sevilla tres siglos de tauromaquia en su proclamación como dios del mundo terrenal

Morante, tras su faena en Sevilla: «Ha sido un inicio de temporada muy duro y se ha marcado un hito. El esfuerzo mereció la pena»

Morante le entrega el rabo de Ligerito a Rafael de Paula en Sevilla

Morante de la Puebla remata con una media verónica Juan Flores
Alberto García Reyes

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El eco de Rafael de Paula desde el callejón tenía un ansia de transposición, como de querer meterse en el cuerpo de Morante y vendarse otra vez las muñecas. El gitano barruntó el lío en cuanto vio la primera verónica pura de Juan Ortega: «Qué pedazo de torero, tiene clasicismo y pureza, esto le va a venir bien a José Antonio». El de La Puebla salió al quite en la boca de riego. «Ese es el único sitio donde se puede torear bien», volvió a susurrar. Y es posible que todavía esté el capote terminando el vuelo de esa media verónica. «Verás como el segundo le salga bueno». Salió Ligerito y Rafael de Paula dio un brinco. «Ay, Dios mío, qué toro más bonito». Y a partir de ahí dio un recital de consejos desde el burladero: ¡Vete detrás de él!, ¡hasta donde te dé el brazo!, ¡sácalo afuera!, ¡dale el pecho! Aquello era una seguiriya que Morante parecía escuchar desde su soledad con el toro. Porque cada vez que Rafael decía algo, el maestro lo cumplía. No porque lo escuchara, eso era imposible a esas distancias, sino porque estaban coincidiendo en el concepto. Y cuando Paula se dio cuenta de que el toro estaba en el canasto, después de haberle dicho dos o tres veces que lo sacara de las tablas y se lo llevara a los medios, comenzó el repertorio de piropos. Y de confesiones por lo bajini: «Así se torea, así me gustaba torear a mí», se desahogó emocionado. El aluvión de lances de capa fue letal para Rafael, que con las gaoneras empezó a vaticinar la gloria: «Este joío lo va a conseguir». El toro iba, «tiene mirada de buena persona el animal», y otra vez iba. Morante se lo pasaba por la ribera de la muerte, entre la ingle y el cielo, y Rafael le pedía más distancia para que Ligerito mostrara su viaje: «Piérdele dos pasos, que la gente lo vea venir y el muletazo sea infinito». Y ocurrió otra vez. Paula ya estaba loco y se puso a decir versos: «¡Oleeeeeeeee, échale de comer, échale de comer!». El toro arrimaba el hocico a la tela como quien busca yerba en la mano de su dueño. «¡Échale de comer!», le repetía a garganta pelada. Luego, tras el estoque, le pidió una cosa más: «Dale otro, que todavía le cabe». Dos se tragó el animal exactamente antes de caer. A partir de ahí Rafael dejó de mirar al ruedo. Puso los ojos en el presidente y siguió bisbiseando: «Se lo tiene que dar». Con el tercer pañuelo se relajó: «Lo ha conseguido, gracias a Dios, lo ha conseguido. Lleva mucho tiempo diciéndome que su sueño es cortar un rabo en Sevilla y lo ha conseguido el joío por culo». Las pupilas se le iban a romper.

Morante no le perdía la vista durante la vuelta al ruedo. Y cuando llegó a su altura le lanzó el rabo: «Esto es para usted, maestro Rafael». Paula le contestó sereno: «Lo conseguiste, hijo mío». Morante de la Puebla es el hijo de la última edad de oro de la tauromaquia. En un balconcillo estaba también Curro, que se puso en pie para el brindis de Juan Ortega y se destapó ante los tendidos. Este jueves, después de la resaca, Romero ha llamado al de La Puebla: «Lo que has hecho no sólo es muy importante para ti, José Antonio, sino para el toreo». Morante se ha echado a llorar y el Faraón ha seguido con el elogio: «Es la mejor faena que te he visto nunca, con el capote has hecho verdaderas bellezas, me he emocionado mucho». En la vuelta al ruedo a hombros antes de salir por la Puerta del Príncipe, los capitalistas, que fueron cientos, lo pararon ante Curro como quien para un Cristo delante de otro Cristo. Morante aprovechó la conversación para devolverle el homenaje: «Maestro, me inspiré con el capote en una faena suya en la Maestranza que tengo grabada en la memoria». Las leyendas se reconocen entre ellas. Romero suele decir que los buenos no dejan pasar, sólo dejan pasar los genios. A la vera de Rafael de Paula en el callejón estaba Carlos Urquijo, deudo de aquel hierro que Curro encumbró en su encerrona del día de la Ascensión de 1966. El ganadero le dio su puro al genio de Jerez en mitad de la locura y mientras en la plaza se apaciguaba el manicomio —el que vende las almendras le tiró a Morante dos cartuchos—, le dijo a Rafael: «Aquí está usted, allí está Romero y en la plaza está Morante. Yo creo que ya no vengo más».

El rabo se lo llevó en una bolsa el mozo de espadas para disecarlo y dárselo enmarcado a Rafael. Pero los lances son inasibles, siguen aún volando por el ruedo como mariposas que la memoria irá sublimando. Y Paula sigue soñando detrás de ellas. La Maestranza se vaciaba y él seguía allí sentado, calado con sombrero de ala ancha, reflexionando en la niebla del cohíba: «Lo que hemos visto hoy aquí, amigo mío, es una cosa de los duendes». «Esos momentitos no se pueden explicar», le contaba Curro a Morante horas después. Dos maneras distintas de decir lo mismo. «El toro merecía la vida», seguía Rafael repasando los pasajes de la faena. Las tafalleras, las chicuelinas, los farolillos, la larga de Lagartijo para llevarse el toro al caballo, el galleo, los inmensos naturales... Carlos Urquijo le enseñó una foto de Joselito el Gallo con un traje igual que el que llevaba Morante. «La faena ha sido un homenaje a todos los toreros grandes de la historia», le contestó Rafael.

Cuando las calles estaban cortadas para que la marabunta llevase al torero hasta el hotel, Paula y Curro se encontraron. Se dieron un abrazo. Y suspiraron. La fiesta sigue. El Faraón se lo dijo a Morante antes de colgar: «Te doy las gracias por lo que has hecho». Gracias infinitas. La chaqueta del que cuenta todo esto está en el armario con un trazo impresionista de sangre del rabo. Manchada de eternidad.

Estampas de un hito

1

j. flores

El capote de un dios en la tierra traía hondura hasta en las tafalleras

2

j. Flores

Los ayudados gallistas del inicio ya prometían el paraíso

3

j. Flores

Al natural, con el mentón hundido y echándole de comer en el hocico

4

J. Flores

La estocada a Ligerito selló una obra de arte, una obra de rabo

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