Domingo de Resurrección
Juan Pedro Domecq: «Lidiaré tres corridas en la Maestranza porque los toreros me exigen»
La ganadería hispalense inaugurará esta tarde la temporada taurina de la Real Maestranza con un encierro que estoqueará el triunvirato sevillano: Morante de la Puebla, Juan Ortega y Pablo Aguado

Juan Pedro Domecq es la cuarta generación familiar que se dedica a la crianza del toro de lidia. Lleva más de una década sujetando las riendas de una vacada que, lejos de lo que el padre denominó -y muchos condenaron- como «toro artista», ahora busca « ... potencia y humillación». Tras la ruta indoor por Lo Alvaro sólo podemos afirmar que en lo morfológico ya lo ha clavado. Del apartado artístico serán ustedes quienes lo puedan juzgar a partir de esta tarde.
Lidiará tres tardes en el abono de Sevilla. ¿Eso es un reto, un reconocimiento o un agravio con sus compañeros?
Por supuesto que es un reto, al alcance de ganaderías muy elegidas. Para tres corridas no necesito dieciocho toros, sino veinticuatro. Para la corrida de esta tarde estoy jugando con una base de diez o doce toros. También es un reconocimiento, porque ¿quiénes me exigen? Los grandes toreros. Por algo será. Pregúntaselo a ellos. A mí nunca me dan premios porque parece que no soy la parte necesaria, pero mi reconocimiento es que hagan las grandes faenas a mis toros. ¿Cuántos premios dan como mejores de las ferias a faenas que han sido con toros míos? No hay más que hablar. No creo el toro para que esté por encima de los toreros, sino para que se hagan las grandes obras de la historia. Y cuando Morante hizo el año pasado una de las grandes faenas de la historia, me llena; y cuando me manda un mensaje después de la corrida para decirme que hemos hecho historia, me llena; y cuando le dan el premio de las Bellas Artes y me dice que fue en parte gracias a mí, me llena. Estoy en Resurrección porque a Morante le dieron a escoger entre todas las ganaderías y pidió Juan Pedro Domecq ¿Hay algo más grande? ¿Y por qué una segunda corrida? Porque los toreros la piden. Y a septiembre voy porque llevo varios años yendo con unos resultados muy buenos.
Imagino que el hecho de tener suficiente stock después de una pandemia le asegura el abastecimiento.
Las grandes crisis son grandes oportunidades. Gracias a la pandemia he logrado la base de sementales más importante de la historia de la ganadería: 46 toros. Nunca más voy a tener esa oportunidad. Toreé en Lo Álvaro cuatro corridas de Madrid. En 2007, que era la etapa de esplendor numérico de la ganadería, mi padre tenía 800 vacas aquí y yo 260 en Parladé. Ahora nos hemos quedado con 400. Y esa criba la hice con tres criterios: genética, morfológica y sanitaria. La última la hice el año pasado por tuberculosis. Los dos últimos toros del mano a mano del año pasado de Manzanares y Aguado en El Puerto de Santa María son hijos de los dos sementales base de la ganadería actual. Los estaba probando, y viendo los resultados rápidamente los enchufé de una manera más agresiva: pasaron de cubrir lotes de 20 vacas a lotes de 40. Así me aseguro el doble de machos. Cualquiera que viera ese espectáculo vio hacia dónde quiero ir. Esos toros van a marcar mi camino como ganadero.

Siento que la ganadería ha abierto considerablemente su abanico de toreros. En los últimos días han venido a tentar maestros tan antagónicos como José Tomás, Roca Rey, Juan Ortega, Talavante o Pablo Aguado. La recordaba más endogámica.
Eso es lo que he intentado: abrir la ganadería a muchos más estilos de embestidas. La ganadería que fundó mi abuelo se sustentaba de tres palos fundamentales: García Pedrajas, que era un toro con más transmisión y carbón, aunque más pequeño y ágil; Conde de la Corte, un animal con más cadencia y ritmo; y el toquecillo de Veragua, que era un toro con un galope más alegre que se venía arriba. De ahí tienes un árbol para llevar a la ganadería a donde quieras. ¿Qué he hecho yo? Pues el gran problema con el que me encontré era la falta de humillación. Eso es lo que verdaderamente he cambiado en estos últimos diez años. Con la humillación se consiguen hacer grandes obras, porque al estar el toro abajo te permite componer y posibilita el segundo pase. Y hay mucha más profundidad, porque no toreas con la palma, sino con las yemas. La humillación es una de las bases de la profundidad, que es la voluntad de querer coger la muleta. Eso lo he ido consiguiendo. También vamos consiguiendo la potencia en la embestida, que es algo que le faltaba a esta ganadería.
Lo que muchos le recriminan como «falta de vida» de sus toros.
La vida es la movilidad, la alegría, las ganas de querer coger la muleta y de emplearse. Poco a poco lo voy logrando. El problema es que las transformaciones de las ganaderías tardan quince años. Para ir haciendo la base de las vacas dejo entre 25 y 30 al año. Si tengo 400, son quince años en renovarlas. Estoy en el comienzo de que la base animal sea completamente mía. Voy por el 80 por ciento más o menos. Con los sementales he sido muy riguroso y la mayoría de los que he sacado en los últimos diez años han aportado humillación y mucha más potencia.
Su abuelo amplió el concepto de bravura, limitado hasta la fecha en el tercio de varas, y su padre le añadió conceptos como la toreabilidad. ¿Qué es para usted la bravura?
La bravura es la capacidad de embestir de principio a fin. Es el compendio de caracteres que permiten lograr una gran faena. Y en ese compendio está la humillación, la movilidad y el recorrido. La faena de Morante en San Miguel al toro Jarcia es la más completa que recuerdo de principio a fin. Hay muy pocos toros que embistan al capote, que vayan al caballo y que tengan cuarenta o cincuenta pases. Esa es la bravura y el toro completo que yo busco. Normalmente hay muchos toros que no se emplean en el capote, que medio lo hacen en el caballo y que son genios en la muleta. Han ido reservándose. ¿Ese toro es manso o es bravo? Para mí es bravo, pero no lo ha sido en los tres tercios. Y para mí es manso el que acomete al capote y se para en el caballo. En la prueba final ha dicho que no quiere embestir más. El toro tiene que moverse y crear emoción. A veces se consideran bravos a los que muestran dificultades. Pero mi ganadería, aunque el toro no muestre dificultad, es de las más complejas de torear porque te exige la perfección. Cuando toreas a ese nivel hay que ser perfecto en el toque, la altura de la muleta y la velocidad. Y para torear despacio el toro debe embestir despacio.

Me gustaría ahondar en eso de «los toros que no se emplean en el capote y son genios en la muleta». Es una característica común en varias ganaderías exitosas del momento, completamente opuesta a lo que le ocurre a sus toros, que se 'parten' (emplean) demasiado en el capote y llegan más limitados a la muleta. ¿Es eso un hándicap?
Completamente. El toreo a la verónica es curvilíneo. Muy largo y siempre en curvas. Necesitas un toro muy bravo para esa exigencia. Como decía Curro Romero: el valor es como un vaso de agua, muchos toreros se lo beben a borbotones y él se lo bebió gota a gota, por eso duró hasta los sesenta y seis años. Si esa bravura la consumes en el capote, y este es un toro que en gran porcentaje embiste en el capote, y muchas veces lo hace como si estuviera picado… Es que si no embistes con ritmo es imposible torear bien.
¿Pero se puede sugestionar Juan Pedro Domecq por el tipo de toro que buscan talentosos ganaderos como Justo Hernández o Álvaro Nuñez?
Hay que adaptarse a la época. Estoy buscando un toro con mucha más potencia. Un toro que embista por abajo con nivel de exigencia, que cuando se lo pidas se entregue. Es el público el que lo está demandando. Pero lo que ha hecho grande a esta ganadería es embestir con ritmo desde el inicio hasta el final, por lo que no puedo dejar atrás ese legado, sin permitir nunca que el toro parezca endeble. Cada día tengo menos así. Los hay que no embisten por falta de bravura, pero no por debilidad física. Para dotar a la ganadería de potencia tienes que irte al límite del genio, y el genio es el contrapunto de la bravura; por eso es tan difícil mantener el equilibrio. Y no puedo dejar atrás una de las grandes obras de mi padre: la fijeza, que es que el toro sólo mire la muleta.
Pero, ¿busca que sea el toro el que se adapte a un determinado torero?
Sí, al final ese es el libro de mi padre: del toreo a la bravura. El toreo es el que marca la selección de un ganadero. Creas el toro para el público de tu tiempo, que va a las plazas a ver torear. Y las plazas se llenan en los grandes carteles, en los que están los grandes toreros, quienes exigen una forma de embestir.
Ya que nombra a su padre: lo considero uno de las tres piezas claves en el puzzle de esta ganadería, junto con Ramón Mora-Figueroa y su abuelo, Juan Pedro Domecq y Díez. Hábleme de ellos.
Mi bisabuelo compró la ganadería como estrategia de mercadotecnia para sus negocios bodegueros. Le pidió a un corredor que le buscara una de las grandes marcas del mercado y le ofrecieron lo de Veragua, aunque aquello ya no embestía. Por eso Ramón Mora aconsejó las compras de García Pedrajas, que había sido suyo, y Conde de la Corte. Fue el profesor de mi abuelo, que es quien creó el encaste. Mi padre aportó la base técnica y el rigor a la ganadería. Creó la base de datos, hizo la base animal, definió los caracteres, inició el sistema de alimentación para tratar al toro como un atleta e investigó en la importancia del ejercicio físico para ese atleta. Tenía una gran inquietud por saber los porqués. Es quien dijo que el futuro de las ganaderías estaba en las plazas grandes, por eso buscó durante años el desarrollo del pitón, siendo ésta una ganadería con poca cara. Y resulta que yo ahora no tengo problemas de cara, pero él no pudo disfrutar de Madrid.
Recuerdo un reportaje que le hicieron a su padre en 'Por las Rutas del Toro', cuando estaba a punto de cederle ya a usted los trastos de la ganadería, en el que modestamente decía que se daba por satisfecho, pero que no había conseguido la genialidad de su padre.
Mi padre sentía absoluta devoción por su padre. Igual que yo siento por el mío. También pienso lo mismo: no he conseguido la genialidad de mi padre [las lágrimas se apoderan de su rostro].
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