FLamenco
Centenario de Fernanda de Utrera, mito del cante flamenco
Música
Este jueves 9 de febrero se celebra un siglo del nacimiento de la artista que mejor supo expresarse por soleá
2023 será el año de Fernanda de Utrera

Como dice Garabito en uno de sus artículos más recientes, hay una forma de escribir con los pies. Fernanda de Utrera lo hacía así, pero con una diferencia: nunca utilizó las manos. Sus sentencias, cuenta la cantaora de Utrera Mari Peña, se tatuaban por ... el aire. Andaba y se les escapan las letras. Por soleá, por fandangos. Solo registró alguna que previamente había grabado, y porque Gamboa y otros pocos desde la SGAE le insistieron, pero la mayor parte de su obra se quedó entre fiestas y pasillos, por calles frente a fachadas encaladas, yendo a por el pan garganta arriba con un ciclón de ideas enredados entre las manos, el corazón y el pelo. Fernanda de Utrera está más en los recuerdos de los que la vieron que en los discos. Algo hay, eso sí, que podamos rescatar hoy.
Gozó de libertad absoluta. Ni la globalización ni el mercado ni el dinero hicieron mella en su eco. Por eso cuando subió al Empire State preguntó que dónde quedaba Utrera. Por eso, también, cuando el apogeo de los tablaos de Madrid vino a menos miró de nuevo al Sur para vivir y acabar muriendo. Su punto de partida y su meta compartían casilla en el tablero: estar con los suyos. La reina de la soleá era también gobernadora de la expresión. Su cante fue un trance. Comunión de los aficionados y vehículo para proyectar los asuntos más profundos del pecho. Quizá también por este motivo Fernanda no es la cantaora de los aficionados al flamenco, sino de los receptivos al arte. Cantaora de pintores y cineastas, de gentes de múltiples dones con un trocito de corazón en el oído.

No se explica, si no, que dejara de cantar su fandango más popular, 'A mis niños': «Es que me recuerda a mi hermana, que murió, y no puedo», dijo. Las mentiras quedan fuera de lo visceral. No tienen espacio. Y a la verdad se lanza para jugar a morir en cada tercio. Por eso, también, la voz se le escapa del cuerpo en sus últimas grabaciones, con las facultades ya mermadas. Porque su cante no tiene esquinas. No se protege. Y más vale romper por un instante la melodía, como le sucede en la película 'Flamenco', de Carlos Saura, que expresar una mentira. Sigue recta hacia los tuétanos. Hasta el final. Directa por atajos donde no hay burladeros en los que refugiarse. Es su desnudez lo que sobrecoge. Esa forma oscura y goyesca de pintar con la lengua el trazo que no alcanza el pincel. Su sonido natural es el dolor. Canta como se cruje un hueso y el colmillo perfora la carne.
Legado por soleá
De la soleá de la Serneta hizo emblema. También de otros estilos bravos, como el de Juaniquí, en el que halló fórmulas para compartir con el mundo sus emociones. Jamás emuló nada, sino que creó un estilo que después han seguido otras artistas, como la mencionada Mari Peña o La Macanita. Fue, al toque de Marote, Diego del Gastor o Pedro Bacán, qué importa, la diosa de la soleá, aunque en la cantiña de Pinini y la bulería también dejara su impronta, amén del fandango, los tangos y las seguirillas, territorios algo menos frecuentados por su alma.

Lo que sonó por la radió lo cuadró en el compás de tres por cuatro, con su hermanita Bernarda presumiendo enfrente entre jaleos y palmas. Así su versión del 'Compromiso' de Machín y 'Se nos rompió el amor' se transformaron en himnos despojados de toda falsedad. Himnos que a través de discos y espectáculos, en conversaciones con Jesús Quintero por televisión y películas como 'Kika', de Pedro Almodóvar, se hicieron del todo conocidos. De joven, debutó en la gran pantalla de la mano de Antonio Mairena y Edgar Neville en 'Duende y misterio del flamenco'. Le arrebató la palabra a algún poeta, como Caballero Bonald, quien le produjo. Quebró en los festivales noches de silencio hasta que el olvido, ya en la recta final, fue trepando como una enredadera por su mente.
En 2006 la soleá que dice aquello de 'Mi mal no tiene cura' se hizo premonitoria. Y murió. Este 9 de febrero se cumple el centenario del nacimiento de una artista imposible de originar fuera del contexto que le tocó vivir. Imposible de repetir, por tanto. Pareja artística de su hermana Bernarda que hizo recorrer cantidad de kilómetros a propios y extraños hasta su casa en Utrera. Solo por verla un rato algunos le cedieron todo. Los más grandes, de hecho, tocaron su puerta para paladear en primera persona aquella queja ennegrecida. Fernanda no llenó auditorios, sino rellanos. Y eso es mucho más difícil.
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