Cuando el director deportivo del Sevilla, ‘Monchi’, estaba sentado en las gradas del Estadio Nacional de Varsovia viendo cómo su equipo se alzaba con el que sería su cuarto entorchado europeo, las primeras palabras que pronunció a los más allegados en aquel momento fueron: “Ese ucraniano es el futuro de Europa”. Desde ese preciso instante apuntó un nombre en su agenda bajo el marcador de “futurible”. Aquel jugador se trataba de Konoplyanka, que militaba por entonces en el Dnipro ucraniano. Tres días después de celebrar esa cuarta UEFA, el dirigente rojiblanco se encerró en su despacho e hizo unos garabatos en el papel de la planificación sevillista. Al finalizar hizo una mueca y a continuación sonrió ante lo que había resuelto. Se dedicó en persona a cumplir su particular sueño de conseguir al extremo izquierdo ucranio. Vio ese gen especial que pocos futbolistas tienen y a pocos les importa averiguar si realmente son los elegidos. De ahí que luchara hasta el último momento con otros clubes que lo querían hasta arrebatárselo en el último instante al Atlético de Madrid.

Bajo el apelativo del ‘Messi ucraniano”, Konoplyanka, líder indiscutible de Ucrania, ha podido comprobar que el fútbol europeo occidental poco tiene que ver con el oriental. En la Europa de Occidente se podrá escapar de la miseria, la (gran) corrupción y de la guerra civil, pero no del alto nivel de intensidad con el que se disputa. No ha tenido suerte esta campaña el ingenioso mediocentro que ha visto desde la suplencia la mayoría de los duelos. Le falta una característica inherente a los hombres de su inmensa calidad: jugar con y para los compañeros. Rapidez, habilidad, estrategia, imaginación, regate, velocidad en los último cien metros e inteligencia son los complementos que atesoran las piernas de este joven jugador de 26 años y de 1,76 metros de estatura. Empero, como bien ha dicho su técnico este año, Unai Emery, está falto del empaque suficiente para romper y ser una figura de talla mundial.

Konoplyanka es la gran esperanza de un país que vive sumido en el caos desde hace cerca de cuatro años en una Eurocopa en la que quieren sorprender a las selecciones punteras. En la fase de clasificación ya apuntó maneras en sus duelos ante España. Lo mismo ha hecho en la Liga española con algunos chispazos puntuales, en los que cualquiera podía ver que de calidad no iba falto, aunque siempre le faltaba rematar sus grandes faenas en el momentos claves. Peca, además del llevarse el balón a casa por no soltarlo sobre el césped, de no saber defender a la altura de una gran competición. Solo el tiempo, la madurez y la aclimatación pueden convertirlo en un futurible al Balón de Oro como es su sueño, o quedarse, como otros tantos, en el camino de la nada y la indiferencia. La Europa será su nueva oportunidad para decidir qué senda elegir.