¿Qué pasó con... Pepe Lorente?
Empezó en el desaparecido estadio de la Macarena, pronto se hizo entrenador con los atletas de José Luis Montoya y ahí comenzó una trayectoria de cincuenta años al pie del cañón en los que este sevillano de inconfundible bigote nacido en Albacete se ha dedicado en cuerpo y alma a la preparación física de todo aquel que requirió su ayuda
Pepe Lorente es historia en mayúsculas del deporte sevillano. Un tipo íntegro, sin dobleces, que habla sin rodeos. Atesora un currículum que deja boquiabierto y posee una memoria privilegiada, llena de recuerdos. Ha preparado físicamente a famosos y anónimos, le dio igual su condición, y ... casi siempre de manera altruista. Ahora está descubriendo el mundo del golf y continúa al día, muy activo.
Empezó siendo atleta.
Sí, pero el atletismo es un deporte muy cruel. Te retrata con un crono y una cinta métrica. No marchaba. Me constituí en ayudante y colaborador de José Luis Montoya, que fue profesional de vuestra casa muchos años. Es el padre del atletismo moderno de Sevilla. Cuando se metió en política y en el periodismo, cogí a toda su gente más los que yo me había procurado.
¿Por qué Pepinichi?
Porque me gustaba mucho el arte italiano y su historia. Yo estudié y terminé italiano. Estuve becado en Siena tres meses y de ahí el mote.
¿Se considera un innovador de la parcela física?
No, simplemente he tratado de formarme, documentarme y estar al día. He bebido de muchas fuentes y he tocado muchos palos: atletismo, remo, vela, natación, pádel, golf, motociclismo y los deportes de equipo. Han sido 50 años y muchas horas. Un día, paseando con Cayetano por la calle Sierpes me dijo que me saludaba más gente a mí que a él. Y es que yo he entrenado a media Sevilla. Jamás le he dicho no a nadie, haya sido importante o el más humilde. Yo no le he preguntado a nadie quién eres. Le he echado una mano y punto.
Usted siempre habló claro y directo.
He tenido miles de rifirrafes políticos por la defensa de los derechos del deporte sevillano, pero jamás he estado afiliado ni he dependido de ningún partido político. Nunca. No le debo nada a nadie y me siento personalmente supercompensado en una ciudad como Sevilla. No le tengo que volver la cara absolutamente a nadie. Es la satisfacción que me queda. Todo el mundo me saluda agradablemente.
¿Cuánto tiempo estuvo en el Betis?
Dos años. Creo que soy el único profesional de la historia que le ha perdido dinero al fútbol. Yo había convenido con el Betis un sueldo y cuando llega Serra y cambia los horarios, tengo que pedir una excedencia. Ganaba más en el instituto. Me quemé en dos años. Un día por la mañana fui al entrenamiento y le dije a Eusebio Ríos que buscase a otro preparador físico. Veía que no tenía mucho recorrido con Serra. Yo había estado en el Sevilla Atlético ayudando a José Ángel Moreno un rato por las tardes. Y entonces surge Pepe León, diciéndome que querían contar conmigo para el primer equipo. Le dije a Pablo Blanco que me iba al Betis. Y ya está. Estuve un año en el Sevilla Atlético sin cobrar nada, pero me dieron un homenaje cuando ascendimos. Tengo una placa de recuerdo.
Y luego apareció el Caja.
Tuve una relación muy estrecha con gente entrañable como Paco Gallardo, Pesquera, Poli Gallardo, Leo Chaves... El Caja San Fernando ha sido mi casa de deporte colectivo. Los primeros años viajábamos en bus a todos lados y yo me mareaba en las curvas.
¿Cuál fue el primer torero con el que trabajó?
Emilio Muñoz, con el que empecé a colaborar con Paco Gallardo. Luego vino Manuel Díaz «El Cordobés». Estuve tres días en la semana durante dos años sacando un hueco del instituto para ir a su finca, a 40 kilómetros de Sevilla. Y con Cayetano tuve un acuerdo económico porque nos concentramos en una finca de Lora del Río 40 días. Con él he tenido estancias de veintitantos días en el CAR de Sierra Nevada.
Si alguien le pidiera ahora que lo entrenara, ¿qué le diría?
Yo sigo mandando entrenamientos, ayudas y colaboraciones. Me mantengo al día. Es que me interesa, me gusta. El golf me ocupa ahora las mañanas y voy a volver a correr otra vez. En el confinamiento hacía mil escalones diarios, subida y bajada, y tres mil abdominales.
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