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Adolfo Suárez, el elegido del Rey para pilotar la Transición

Don Juan Carlos necesitaba a alguien joven, valiente y dispuesto a defender con uñas y dientes el proyecto de convertir España en una democracia

Adolfo Suárez, el elegido del Rey para pilotar la Transición abc

por pilar cernuda

Se equivocaron en el 76 los que pensaban que se equivocaba el Rey al elegirle para capitanear la Transición; se equivocó el historiador que escribió aquel «qué error, inmenso error»; se equivocaron los que no quisieron ser ministros de su primer Gobierno; se equivocaron los que creyeron que Suárez no era la persona capacitada para hacer el cambio qu necesitaba España, el gran cambio, que convertiría una dictadura en una democracia.

Pocos confiaban en aquel político criado en el franquismo , procurador en Cortes, gobernador civil, director general de la radiotelevisión de Franco y ministro Secretario General del Movimiento, el partido de Franco. Pocos confiaban por otra parte en el Rey que, muerto Franco, había confirmado en su cargo al presidente Arias Navarro, primera gran designación y primera gran decepción. Solo años más tarde se supo que Don Juan Carlos había preparado la Transición desde pocos meses después de ser designado sucesor por Franco, que había mantenido contactos discretos e incluso clandestinos con dirigentes del PSOE, que había enviado al sobrino de Franco a entrevistarse en París con Santiago Carrillo para garantizarle que, muerto el dictador, España sería un país plenamente democrático en el que el PCE sería un partido legal y le pedía paciencia en los primeros meses y colaboración después en la tarea de construir una nueva España.

Solo años después se supo que el Rey confirmó a Arias Navarro porque necesitaba tiempo, el necesario para que Torcuato Fernández Miranda se hiciera con las riendas desde la Presidencia de las Cortes y lograra que el Consejo del Reino incluyera a Adolfo Suárez en la terna que le presentaría al Rey para que eligiera al presidente de Gobierno. Y esa situación no era posible en noviembre del 75.

El proyecto

El Rey explicó mucho después que tenía en mente a Adolfo Suárez desde mucho antes de que éste pensara en la posibilidad de ser presidente de Gobierno. Don Juan Carlos creía que para hacer la Transición era necesario en primer lugar un nombre que no provocara recelos en los franquistas, que los tranquilizara respecto a sus intenciones, que no le vieran como el «demoledor» del Estado, que no le recibieran con miedo. Segundo: el Rey necesitaba a alguien joven, con coraje, valiente y dispuesto a defender con uñas y dientes un proyecto de futuro que convirtiera en su prioridad no solo política sino también vital. Y Suárez era el hombre. Con Suárez empezó la Transición. Palabra que merece un punto y aparte.

Fue Don Juan Carlos el motor de esa etapa , considerada ejemplar por las democracias más consolidadas del mundo, pero fue Adolfo Suárez quien puso en marcha los mecanismos legales que la hicieron posible. Con la colaboración inestimable de hombres y mujeres que, dejando atrás -como el propio Suárez- los intereses personales y de partido, apostaron por trabajar de forma solidaria por una España diferente. Entre ellos, con luz propia, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga, tan distintos y sin embargo tan poco distantes en su objetivo común de construir una España de verdad diferente. Junto a ellos, dos hombres a los que Suárez ha debido mucho, sus vicepresidentes Manuel Gutiérrez Mellado y Fernando Abril Martorell; un Alfonso Guerra que puso al PSOE en primer tiempo de saludo mientras Felipe González se dedicaba a la alta política, y dirigentes nacionalistas como Javier Arzalluz o Jordi Pujol, que en aquellos primeros años apostaron por aparcar sus afanes autonomistas en favor de una Constitución de todos que hicieran posibles unos estatutos aceptados por todos.

El primer Gobierno de Adolfo Suárez lo pasó mal. Nació rodeado de desconfianza, tanta que Alfonso Osorio tuvo que emplearse a fondo para que personalidades de la vida política y social española aceptaran ser ministros. Asumieron con buena cara el despectivo calificativo de «gobierno de penenes» y se pusieron a la tarea de la Transición superando acciones terroristas de ETA y Grapo, acciones violentas de la extrema derecha, malestar de los militares con el famoso «ruido de sables» y suspicacia empresarial hacia los nuevos dirigentes y sus iniciativas. Adolfo Suárez no se vino abajo. Decretó una amnistía política, una Ley de Reforma Política, suprimió el Movimiento y procedió a legalizar el PCE, lo que provocó la dimisión de importantes cargos militares de su Gobierno, aunque no de Gutiérrez Mellado, su amigo y principal apoyo. Necesitaba un partido y lo fundó en apenas un fin de semana, Unión de Centro Democrático (UCD), que aglutinaba a democristianos, liberales, socialdemócratas y personalidades independientes.

La Constitución

Y un año después de su designación como presidente convocó elecciones generales, el 15 de junio. Las primeras elecciones democráticas celebradas en España desde tiempos de la República. Aquellas primeras Cortes, las de la legislatura Constituyente, eran una prueba evidente de cómo había cambiado España bajo la batuta del Rey y de Adolfo Suárez: allí se sentaban Carrillo, Pasionaria, Fraga, Alberti, González, Fernández Ordóñez, Garrigues, Guerra, Arzalluz y Pujol, entre muchos otros.

Y Suárez dio instrucciones muy precisas sobre la Constitución: debería ser de todos, así que en la ponencia estaban representadas las fuerzas parlamentarias que habían conseguido amplia representación. Dos años más tarde, en diciembre del 78, los españoles eran llamados a las urnas para participar en un referéndum sobre un texto que definía España como una Monarquía, hacía a todos los españoles iguales ante la ley, garantizaba sus derechos individuales y además recogía la diversidad territorial. Una Constitución que recortaba de forma significativa los poderes del Rey que, a partir de ese mes, dejó de tener el protagonismo político que había tenido hasta entonces.

Ganó las siguientes elecciones, las del 79, con los socialistas convertidos en fuerza muy pujante, que hicieron una oposición implacable. Suárez además se encerró en La Moncloa , se convirtió en un personaje distante, la UCD comenzó a sufrir convulsiones internas graves, los militares estaban cada vez más revueltos, se empezó a hacer evidente que el Rey ya no tenía en tanta consideración a su jefe de Gobierno... y, a finales del 81, Suárez presentó su dimisión.

A los pocos días, cuando se celebraba la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, se produjo una intentona militar que estuvo a punto de echar por tierra la Transición y regresar a la España preconstitucional.

Suárez decía que si hubiera tenido conocimiento de que se preparaba un golpe de Estado, nunca habría abandonado el Gobierno. No mentía: la foto de aquel día aciago, con Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo sentados en sus escaños, plantando cara a Tejero y sus pistoleros, es la imagen símbolo de aquel 23-F . Fundó un nuevo partido sin mucho éxito, el CDS, y diez años después de dejar la Presidencia del Gobierno anunciaba que abandonaba la política.

Estaba cansado de batallar sin éxito pero, sobre todo, estaba hundido por sus problemas familiares. Amparo, su mujer, sufría cáncer, al igual que su hija Marián. Y Adolfo Suárez decidió que su tarea principal era dedicarse a luchar contra una enfermedad que podía ser mortal. Lo hizo con el mismo ahínco con que se había empeñado en convertir España en una democracia. Con tesón, sin bajar nunca la guardia. Se fue a Mallorca a cuidar de Amparo, que se apagaba lentamente. Cuando falleció, toda su atención se centró en Marián. Hasta que una enfermedad degenerativa hizo mella en él. No supo de la muerte de Marián, a pesar de que se la explicó su hijo Adolfo, como tampoco supo que otra hija suya, Sonsoles, también luchaba valientemente contra el cáncer.

El Gobierno le nombró presidente de la Fundación Víctimas del Terrorismo, pero apenas pudo dedicarse a ella: la enfermedad le iba ganando terreno a velocidad de vértigo. Cometió fallos políticos importantes, pero fueron tantos sus éxitos, tanto su valor, su energía y su coraje, que a la historia solo pasará su mucho trabajo bien hecho: en la política y en su penoso día a día.

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