ABC de Sevilla Morante de la Puebla, dos décadas en el trono sevillano
Toreo con el capote

Morante de la Puebla, dos décadas en el trono sevillano

Jesús Bayort
Texto:Jesús Bayort Fotos: ABC

Lleva años siendo la base del abono de Sevilla, conocedores en su tierra de que ha sido el único torero que ha representado y comprendido su idiosincrasia tras la marcha del Faraón de Camas

Son dos décadas las que lleva sustentando el peso del toreo sevillano. Desde que se marchó Curro Romero, Sevilla puso sus esperanzas en él, cayendo en el craso error de querer comparar a dos antológicos toreros que se distinguen única y exclusivamente por sus vigorosas personalidades. La tauromaquia de Morante entronca casi un cuarto de siglo en la Maestranza, una trayectoria marcada por su constante transformación artística y sus innumerables desencuentros empresariales. Y Sevilla jamás le culpó de ello, porque es conocedora de sus sufrimientos. Torea con el alma y sufre con el corazón.

Sería grotesco resumir en datos la carrera del último torero que ha encarnado los valores del clasicismo frente al vanguardismo más vulgar. ¿Acaso importa que únicamente haya conseguido una Puerta del Príncipe en su carrera tras medio centenar de corridas? Ahí está la idiosincrasia del toreo de Morante: jamás serán números, sino sensaciones. Estamos adentrándonos en un personaje que aúna todas las tauromaquias anteriores con un sello propio, siendo quien mayor plasticidad le ha dado al toreo a la verónica de todas las épocas. Del que podemos desprender tres etapas: la tauromaquia primitiva; la que se impuso a sus problemas mentales y consiguió sus mejores registros; y la que se remodeló tras embeberse la tauromaquia del genial Rafael de Paula para convertirlo en el torero más profundo del siglo XXI.

La época primitiva era más pinturera y enérgica. Incluso muy orejera. Muestra de ello, su debut como novillero en la Real Maestranza en 1996. Aunque no tardó en aparecer el denominador común de su relación con Sevilla: su primera desavenencia con Pagés, toreando la temporada siguiente dos novilladas en vez de su ansiado doctorado que tuvo que trasladar a Burgos. Sus primeros triunfos como matador calmaron las aguas: con sólo 22 muletazos cortó las dos orejas en su primera temporada como matador (1998), cerrando aquellas tres corridas con cuatro orejas y declarándose triunfador del ciclo. En el cierre del milenio abrió la Puerta del Príncipe y la empresa de Sevilla se entregó a él: firmó una exclusiva de apoderamiento con Diodoro Canorea de cincuenta corridas a razón de casi quinientos millones de pesetas. Algo que no llegó a ponerse en firme con sus herederos tras su muerte.

Aquel glorioso 19 de abril de 1999 la crónica de ABC de Sevilla tituló “Morante de la Puebla, capricho de Sevilla”. Zabala de la Serna contaba que “Sevilla necesita un torero joven, que lleve el arte de esta tierra por todas las ferias de España, y protege y ayuda a sus promesas”. En el año 2000 estuvo a punto de volver a tocar la gloria tras cortar las dos orejas de su primer toro de Victoriano del Río, pero su arrojo en el inicio de la siguiente faena con el sevillanísimo “cartucho de pescao” le costó una grave cornada. Este triunfalismo sumió al público en una inadecuada exigencia, tratándose Morante de un torero con alma de artista. La merma física de varias cogidas y el peso de la responsabilidad lo fue adentrando en una vertiente descorazonada que lo abatía por días.

Retornaron los desencuentros con el despacho de la calle Adriano tras la caída masiva de toreros aquella Feria de San Miguel, negándose la empresa a cederles la plaza para el festival de Andex que despidió a Curro en La Algaba. En 2002 se quedó fuera de su feria por primera. Un año después intentó consagrar su carrera estoqueando seis toros el 12 de octubre. Sin llegar a un acuerdo, tuvo que marchar a Jerez y volvió a ausentarse en 2004. Y en señal de desplante se acarteló aquel Domingo de Resurrección en Las Ventas, anunciando una semana después en el hotel Alfonso XIII su primera retirada de los ruedos y marchando a Estados Unidos para ordenar ese desazón.

Y tanto que levantó su estado anímico: reapareció en 2005 el Morante más pletórico, el que inauguró la plaza de toros de Espartinas con una de la faenas más rotundas de todo el siglo XXI y dejó obras antológicas por numerosas plazas. Un año triunfal, cimentado en su mayor preparación física, psíquica y artística. Aunque la situación no terminase de fluir en Sevilla, su carrera ya había adquirido un caché especial.

Después de la pitada más sonora que ha escuchado en su trayectoria sevillana, tuvo la gallardía de postrarse frente al portón más oscuro un 23 de abril de 2007. Y rápidamente Sevilla le perdonó: “¡Morante, sólo tú tienes la llave!”. Sus verónicas ya mostraban una versión más calé. Toro y torero llegaron hasta el centro del platillo entre el delirio del gentío. Su trasteo más arrebatado de cuantos aquí han acontecido. La desastrosa gestión de Rafael de Paula en lo administrativo, que no en lo artístico, le hizo cortar la temporada.

En 2008 apareció el personaje más estrafalario, publicitando su bohemia a bombo y platilla con “El Pana” como escudero. Dentro del ruedo era un torero mucho más profundo y capaz, como el que se desplegó en 2009 con sendos esfuerzos el día de la oreja al Jandilla, la tarde de la vuelta al ruedo tras enfarjarse con un irregular Juan Pedro y su sorprendente anuncio con los victorinos, con los que sacó su tauromaquia más valerosa y añeja. Sus formas a la verónica habían adquirido aquel curso mayor plasticidad, barruntando lo que semanas después haría a aquel “Alboroto” de Juan Pedro Domecq en Las Ventas. Y volvió a sobreponerse un año más tarde con un marrajo de Javier Molina.

Retornaban los desencuentros con la empresa Pagés, ausentándose en dos ocasiones más. Y firmando la tregua en el momento que Ramón Valencia tomó exclusivamente las riendas de la plaza. Retornaba en 2016 con su obra más redonda: toreó de ensueño a aquel toro de Núñez del Cuvillo. Una fantasía que recordó a todas las edades doradas de la tauromaquia. Una labor impregnada con su sello más estético y sus detalles más espléndidos. Y al año siguiente incluso banderilleó un toro.

Son sólo capítulos de un libro abierto que perdurará hasta que él quiera, porque tiene la suerte (o desgracia) de convivir en la etapa con menor brillantez artística de la historia reciente de la tauromaquia. Su trono sólo se ha tambaleado por las comparaciones iniciales con Curro Romero, la absurda competencia con Manuel Jesús “El Cid” y el futurible paralelismo con Pablo Aguado. «Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos».