
Pablo Hermoso de Mendoza y Cagancho, la historia del último rabo cortado en la Maestranza

La matinal del 25 de abril de 1999 fue la sublimación de arte del rejoneo, una actuación colosal de Pablo Hermoso a lomos del caballo que lo consagró en la cúspide taurina
Jamás un caballo ha recibido tantos reconocimientos como «Cagancho», quien pasó en un decenio del ostracismo ganadero portugués al retiro paradisÃaco navarro. Su vida fue la ilustración de aquel aforismo de que «la esperanza es lo último que se pierde». Un cúmulo de anecdóticas circunstancias lo acabaron uniendo con Pablo Hermoso de Mendoza, el jinete que mejor lo entendió, perpetuando en una década la etapa más brillante de la historia del rejoneo.
La aparición del rejoneador navarro era casi utópica: intentaba despuntar en una época en la el rejoneo como profesión era una quimera. Los carteles de las ferias lo conformaban, nunca mejor dicho, caballeros rejoneadores. Ganaderos que encontraban en el arte de Marialva una distracción y el mayor escaparate para sus elegantes señorÃos. Pablo partÃa su conquista desde Navarra sin reconocimiento profesional ni respaldo económico familiar. La cuadra primitiva no tenÃa nada que envidiarle a la de los hermanos Dalton: combinaba los caballos que su padre alquilaba a los peregrinos del Camino de Santiago y los anglo-árabes de carreras y salto que desechaban en el hipódromo navarro. No tuvieron más remedio que reconvertirse en caballos toreros.
Entre numerosas técnicas recurrentes para abrirse hueco en la profesión, llegó a un acuerdo con un rejoneador portugués para intercambiar sendas cuadras cuando cada uno torease en el paÃs vecino y asà esquivar las restricciones por la Peste Equina. Llegó aquà el sino de su vida: aquella corrida lusa se canceló por lluvia, y aprovechando el largo viaje en su viejo Seat 131 visitó ganaderÃas de la zona e intentó algún trato que se ajustara a su realidad económica.
Con una mano delante y otra detrás se presentó en la finca del rejoneador Brito Paes. Tras varios intentos fallidos, acabó escogiendo el único caballo al que alcanzaban sus ahorros. Una alcancÃa que habÃa rellenado domando bestias de sus paisanos navarros. El escogido estaba de campo, con muy malos pelos, varias heridas sin sanar y casi famélico. Sólo se le podÃa encontrar una virtud en aquel momento: su precio (280.000 pesetas). Un negocio que podrÃa considerarse como la mayor especulación de la historia de la tauromaquia.
Años después le pusieron sobre la mesa un cheque en blanco, con el compromiso de doblar el precio elegido. Sin lugar a dudas, ganó más dinero y categorÃa sobre su cabalgadura. Junto a ese caballo llamado «Cagancho» cortó sendas orejas en sus cuatro primeras comparecencias en Sevilla, donde habÃa entrado gracias al triunfo que obtuvo en la Feria del Pilar de Zaragoza de 1994. Se daba ya por nulo el comentario, entre bromas, que un dÃa le dijo el mÃtico Miguel Criado «El Potra»: «Torero navarro y pelotari sevillano, ruina». La triunfal tarde maña lo catapultó para la temporada siguiente. Todos los públicos querÃan conocer las virtudes de ese binomio hispano-portugués.
En la previa de su debut en la Real Maestranza del domingo 30 de abril de 1995, la Sección Taurina de ABC de Sevilla presentaba al rejoneador como «un navarro con una cuadra extraordinaria que en "Cagancho" alcanza su máxima expresión. Hay expectación por verle en Sevilla».
Las expectativas no defraudaron y la crónica de Fernando Carrasco a la jornada siguiente destacaba, por encima de todos los actuantes, al caballo «Cagancho»: «Hizo las delicias del respetable, sobre todo cuando, cabalgando a dos pistas, no perdÃa en ningún momento la cara del toro. El espectáculo que ambos ofrecieron con las banderillas a una mano fue digno de recordarse. Por dos veces tuvo que entrar a matar con el rejón de muerte. Oreja que abre la puerta de la esperanza de este joven navarro». Las crónicas de las dos temporadas siguientes de Carrasco eran una continuación de la oda al equino.
El culmen se venÃa fraguando. Los públicos contaban los minutos que faltaban en cada festejo para la salida del lusitano. Y el año 1998 fue el de la consolidación máxima. Un caballo maduro y un rejoneador en pleno magisterio. Zabala de la Serna estaba convencido de ello en estas páginas: «A la par se arrancaban "Cagancho" y el toro, para encontrarse en un punto equidistante y cumbre. Cada reunión, cada ejecución electrificaba los tendidos. Tras ellas, Cagancho se llevaba prendida en el estribo, encelada, como enganchada en un hilo invisible, la embestida del burel, que, enamorado de belleza negra, seguÃa su valeroso caminar de medio lado por los adentros. El gentÃo en pie se rompÃa las manos».
El 25 de abril de 1999 fue «Un antes y un después». Asà lo tituló Fernando Carrasco. Un acontecimiento que no por esperado, era menos impactante. Cuatro temporadas gestando aquel triunfo en Sevilla y casi nueve años moldeando a «Cagancho» para que rozara la perfección. La Real Maestranza rendida a sus pies. Veintiocho años después de que lo hiciera por primera y única vez Ãngel Peralta, Pablo Hermoso de Mendoza cortaba un rabo, el último en la historia de la Plaza.
Aquel triunfo matinal tuvo un segundo nombre propio: «Chicuelo», hermano de sangre del triunfador de la mañana, y enemigo declarado del mismo. Un caballo tan temperamental que, encelado por lo que hacÃa en el tercio anterior «Cagancho», se le abalanzaba para morderle a su vuelta al patio de cuadrillas. Aquel equino tordo dejó antes del rejón de muerte unas banderillas cortas tan templadas como las chicuelinas del maestro de trianero.
«Cagancho» se despidió de los ruedos con honores en 2002. Una campaña de retirada a la altura de cualquier figura de época. Tras más de seiscientos festejos, fue directo a la finca navarra de Pablo Hermoso, donde vivió su retiro dorado hasta 2015, cuando murió con más de treinta años de edad. ¡Gloria al rey de los caballos toreros!
Aún guardaba Victorino un capÃtulo para la historia de la Maestranza. O viceversa. VolvÃa a salir un toro de hechuras casi perfectas, más «sevillano» que ningún otro, cuyo nombre es ampliamente conocido por la afición: «Cobradiezmos», cuyos surcos aún se conservan en la arena de Sevilla y que contó con la generosa lidia de Manuel Escribano, que lo exhibió en todos los tercios. Cuatro años después, aquel toro sigue muy presente en las tertulias taurinas. Y continuando la estela del padre, Victorino lo ha vendido como nadie. «Arrojado» y «Orgullito» juntos no alcanzaron ni un cuarto de la proyección de «Cobradiezmos». Veinte minutos antes de aquel indulto tuvo la mala suerte de saltar al ruedo «Galapagueño», al que Paco Ureña desorejó, siendo el triunfo más efÃmero de la historia de esta plaza.