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Verano especial

Sólo tú sabes lo que quieres, sólo tú puedes conseguirlo

Es curioso cómo el ser humano puede cambiar totalmente en un instante, ese momento especial que pone tan patas arriba tu existencia que nada vuelve a ser lo mismo

Sólo tú sabes lo que quieres, sólo tú puedes conseguirlo archivo

josé luis espinosa

Corría el año 2005, 18 de junio exactamente, y tras de mí, una vida entera hacía cola en la puerta de embarque D64 del aeropuerto de Barajas, ahora completamente renovado como acabé yo aquel prolífico verano . Abandonaba temporalmente mi vida con destino a La Laguna , Tenerife.

Momentos antes de despegar el avión la incertidumbre golpeó de estado , y su ejército de interrogantes golpistas fueron fieles compañeros de vuelo. Casi tres horas después, este marinero que escribe pisó de nuevo tierra firme y, de repente, reparó en la dimensión de su gesta: como hicieran los tripulantes de La Pinta, La Niña y La Santa María, acababa de arribar al «nuevo mundo» .

En realidad era la «versión 2.0» de mi estancia en la ciudad universitaria tinerfeña, pues ya había pasado allí una temporada viviendo con anterioridad, pero las circunstancias del retorno eran completamente distintas. Así, en un acto de generosidad sin precedentes, decidí otorgar al verano plenos poderes como órgano configurador de un nuevo «Yo».

Una vez finalizado el tiempo de canícula me había reinventado por completo. Sin embargo, cuando pienso en lo cerca que estuve de cruzar ciertos límites , se me anuda la garganta. Aquel verano tuve mucha, muchísima suerte. Todo lo que pudo salir mal, terminó saliendo bien y como dijo el vilipendiado Jack, por aquello de partir y repartir: vamos por partes.

Nada más llegar a la isla se me brindó el privilegio de, siendo todavía menor de edad, trabajar sirviendo copas en el «garito» de más éxito de la ciudad; entienda el lector que mencionar su nombre nos llevaría a una encrucijada de complicada solución. Una vez asimilados los conceptos básicos de la profesión, sobre todo el de tratar bien a los compañeros del gremio, el asunto vino rodado.

La rubia de gafas rosas

Cuando salía a disfrutar del resto de establecimientos nocturnos de la ciudad, ni pagaba, ni esperaba colas ni era preguntado por mi edad. Puede decirse que vivía la vida patrocinada en su máxima expresión, gozaba de una popularidad exagerada y como colofón del redondeo al alza de lo que sería aquel verano, apareció ella.

La primera vez que la vi se encontraba rodeada por una manada de buitres miopes, más preocupados en pavonearse como ritual de apareamiento, que en atender sus súplicas. El vaivén de sus caderas les tenía tan embaucados, que ignoraron el pitillo impregnado de rojo carmín que reposaba entre sus labios. Estaba apagado. «¿Quieres fuego?».

Quince minutos después nuestros pies tornaron enredaderas entre las sábanas y dos cuerpos se fundieron en uno , danzando suave y armónicamente al compás que sus caderas marcaron quince minutos antes en aquel antro de mala muerte donde nos conocimos. Aquella noche alcance el súmmum para cualquier adolescente de diecisiete años: sus veintinueve y su figura, que ni el mismísimo Miguel Ángel hubiera sido capaz de cincelar mejor.

Tuve poco tiempo para saborear las mieles del éxito, pues quién era ella me trajo algún que otro quebradero de cabeza. Le decían «la rubia de las gafas rosas» , y su popularidad entre los fieles de la noche lagunera era mucho mayor que la mía. Al fin y al cabo, yo sólo servía copas, ella resultó ser la mayor suministradora de oro blanco en la ciudad. Se movía en un ambiente tan turbio, como desconocido y apasionante para mí.

Aparecieron en tromba antiguos amantes empecinados en llamar su atención, incrédulos al verme a su lado, y a los que tengo mucho que agradecer. Lidiando con ellos, y con un toque extra de mano izquierda, aprendí a desenvolverme como pez en el agua en el mundo de la noche . El idilio con la rubia peligrosa terminó y el bofetón de realidad fue tremendo, pero haciendo balance, tuvo mucho más de bueno que de malo, además, cómo suele decirse, que me quiten lo bailado.

Todo pasa y todo queda

El verano siguió su curso y yo seguí nutriéndome y exprimiendo al máximo la experiencia que el destino había pensado para mí. Al ser la primera que vez que trabajaba, comprendí muchas cosas que hasta entonces no me había planteado, resumidas sublimemente por nuestro refranero popular como «el que algo quiere, algo le cuesta».

Además, las peculiaridades de trabajar detrás de una barra me enseñaron a escuchar y a observar atentamente, habilidades sin cuyo desarrollo me hubiera sido imposible llegar al momento actual tal y cómo lo he hecho. Otra de las grandes ventajas del mundo de la noche es el contacto con todo tipo de personas, con historias tan espeluznantes y actitudes de tan cuestionable moralidad, que tu mente se abre sobremanera. Te liberas de ciertos prejuicios infundados y terminas por empatizar mucho más con las personas. Digamos que conseguí aprender a aprender.

Estar en Tenerife aquel verano me permitió retirarme a las montañas a divagar y reflexionar sobre cuestiones de índole vital. A más de 2.000 metros de altitud el cerebro oxigena mejor. Perdido por el Teide me enamoré de las formas y el color de sus laderas, moldeadas al antojo de antediluvianas coladas de lava. Estar tan cerca del firmamento, me hizo advertir la nimiedad del ser humano en la inmensidad del universo.

Volveremos a vernos

El cosmos se apiadó de mí y mandó como enviada especial una estrella fugaz. Su halo rompió la armoniosa oscuridad regalándome la oportunidad de desear. Deseé que mamá se curase. Estaba muy malita, luchaba contra el cáncer y yo me había marchado. Bajo aquel manto de estrellas vigilante y silencioso, recordé lo mucho que anhelaba su compañía.

Mi madre era tan especial que intentar retratarla sería pura presuntuosidad, no existen términos a su altura. Me enseñó que en esta vida lo importante es ser feliz . Que no importa el cómo si el resultado te realiza, y, por primera vez, fui consciente de que podía perderla. Pasarían varios años todavía hasta el eterno adiós, pero el verano en Tenerife me hizo intentar ser ese hijo que mamá necesitaba.

Aquel remoto verano de 2005 me cambió la vida por completo . Me convencí de varias cosas que hasta entonces no sabía: que lo importante en esta vida es disfrutar el ahora ; que el tiempo que dedicamos a lamentar lo que no podemos hacer es tiempo que perdemos en no hacerlo; que lo único que nos diferencia de los demás, es lo que hacemos con nuestra vida y nuestro tiempo; que el día que mi reloj de arena se vacíe y ya no pueda voltearlo, quiero sentirme orgulloso mí mismo; y que sólo tú sabes lo que quieres y sólo tú puedes conseguirlo.

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