Gastroteca Imela (Hornachuelos), sugerente punto de inflexión

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Hornachuelos es un refugio al que es recomendable escaparse de vez en cuando. Cuando uno sortea la sinuosa carretera que atraviesa la localidad, a un salto del desvío de la A-431 a Palma —tras el guiño visual al enrejado de Moratalla— y nota cómo se empina el sendero, se topa con la frondosidad de uno de los parques naturales más atractivos de Andalucía. Pero antes de darse a la naturaleza, hay otras sensaciones que conforman el patrón de necesidades humanas. Y una de ellas es la gastronómica. Hornachuelos es caza y carne de monte. Olor a cítrico, aire serrano, paz de pueblo. Por lo que cualquier otoño tiene especiales motivaciones para adentrarse en su garganta, callejas y vistas al que algunos llaman el «fiordo andaluz» del Bembézar, con la caída maravillosa del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles.

Veníamos a comer, y a ello vamos. Andurrear abre el apetito y eso hemos hecho. Hemos conocido la posada de arrieros, los alrededores del castillo y su iglesia. Hemos bajado al borde del Bembézar y nos hemos engatusado con sus cuevas y piedras hasta volver a la plaza de la Constitución, donde todavía conservan esos maravillosos recuerdos que traen las cabinas telefónicas, que debieran permanecer como monumentos contemporáneos. ¡Cuánta vida se ha contado en ellas…!

Y, entonces, es el momento de entrar en la casa a conocer a Rafael Rojas. Porque se entra de una vez en dos casas, la casa rural El Melojo y la Gastroteca Imela. Un punto de inflexión en la visita. Y digo bien, «imela» significa en árabe inflexión, y era una figura fonética que se usaba en Al-Ándalus con ciertas palabras de prolongado sonido. Herencia de albañil, ajonjolí, alquiler…

Rafael es un cordobés al que su acento delata desde las primeras sílabas y ha hecho de la carta de su establecimiento un grato maridaje de lo mejor de la cocina cordobesa con el producto de Hornachuelos con toques exóticos orientales. Antes de ir al plato hay que recorrer salones, patio y recoveco. Un templo a la cultura andaluza con la impronta de Camarón, Carlos Cano, Blas Infante o los versos de Lorca. Estamos en una casa del siglo XVIII en la que Rojas se embarcó hace cuatro años como alojamiento rural y hace menos de dos como restaurante.

Entramos con un tomate cordobés con anchoadas gustoso. Seguimos con un choco fresco marroquí y las jyosas de langostinos tibios. Rematamos con un arroz con rabo de toro insuperable y nos da para compartir un wok de lomo de monte, el resumen de lo que Rafael quiere. De postre les recomiendo una conversación con nuestro anfitrión mientras degusta pannacota o un especial pastel cordobés.

Dirección: Plaza de la Constitucion, 15

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