Un mediodía en el Mercado de la calle Feria

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Los buenos días se confunden con las buenas tardes y las montañas de pescado se vacían en el mercado más antiguo de Sevilla. Aquí se venden las flores que pregonaba La Paquera de Jerez, dulces y verduras. También hay puestos para las conservas, chacinas, carnes y un universo particular aparece y desaparece a medida que nos acercamos o alejamos de su estructura. Sus pasillos estrechos rebosan personalidad y en ellos los vecinos le abren los brazos al turismo. Todos juntos generan la atmósfera propia de una vida de barrio que se muestra sin complejos a quienes le visitan. Llega el mediodía y cualquier taburete es bueno para iniciar el ritual de la conversación y la tapa.

Los últimos son los primeros

Esta ruta comienza en la Abacería Casa Gutiérrez, que abrió sus puertas el pasado mes de junio pero presume de ser la más antigua.

¿Y cómo es eso? Pues resulta que los cuatro hermanos que la gestionan son nietos de José Gutiérrez García, quien regentaba a principios de siglo XX un ultramarinos en ese mismo local. Aún se conserva el peso que utilizaban en el negocio original, las columnas del palacio de los Marqueses de La Algaba, donde se originó el comercio en la zona, y un sin fin de fotografías, objetos y recuerdos que han perdurado en el tiempo.

Barra e interior de la abacería | Foto: Tomás Muruaga

Inmaculada Moreno, que pertenece a la tercera generación familiar, trata de orientarnos con la carta: «Lo que más sale son los boquerones en vinagre y las migas». Y su hermano, Javier, recalca que «somos los aborígenes de aquí». Porta un retrato en la mano y nos explica que «es el único documento que demuestra que el palacio y la iglesia estaban conectados por un pasadizo. Esto puede que fuese así o se lo inventó el que lo pintó, claro». Entre «a lo mejores» y certezas, se despide con el orgullo de continuar con el apellido de su abuelo escrito sobre un cartel en la esquina de la calle Amargura.

El dulce de los rezagados

Hay una hora del día donde los rezagados desayunan frente al tapeo de quienes acuden puntuales a su cita con los grifos. El reloj acentúa los minutos y en Parcería le rinden culto al café. Mientras tanto, se cuentan por decenas los que deambulan con el estómago abierto y se cruzan con Mamá Inés, cuya propietaria llegó hace seis años con un pequeño horno lleno de ideas. Las galletas, magdalenas y tartas son sus especialidades.

Galletas caseras en el puesto Mamá Inés | Foto: Tomás Muruaga

Vuelta de caña y tapa

El mercado de la calle Feria se despertó a primera hora de la mañana, pero es a la una del mediodía cuando muestra su otro perfil, el del tapeo y la caña. La Almadraba no deja espacio para la duda. Su nombre y los azulejos de color azul, que visten de escamas la pared, ambientan el local y señalan directamente el producto gaditano que se ha de probar: el atún. Ahumado, hecho mojama, en empanada, con fabes, castañas o encebollado son algunas formas de servirlo.

Frente a este establecimiento, la Taberna Errante y el Pitacasso se suman a esta breve ruta. Y, quizá, nos encontramos en el lateral de la plaza donde la oferta gastronómica toma unas tonalidades modernas. El aire actual de El Fullero y las hamburguesas de Atticus Finch, donde homenajean al personaje de la novela Matar a un ruiseñor, son otras posibilidades para convencer a propios y extraños de que no hay otro lugar en la ciudad con mayor concentración de variedad culinaria. Y, si no, vayan a Condendê, porque dicen que se puede dar la vuelta al mundo sin alejarse de la madera verde en la que se encierra: gyozas, arepas y hojaldres con distintos rellenos forman una parte importante de su propuesta.

Cocina en un puesto del Mercado de la calle Feria | Foto: Tomás Muruaga

Continuamos nuestro rodeo al edificio y llegamos hasta la Esquinita Yerbabuena, que es precisamente eso: un rincón diminuto donde solo hay sitio para la cerveza y los aliños, un guiso del día y el cuenco de chicharrones que toma el fresco que le llega de la charcutería que está su lado. Posee una carta acorde con las dimensiones del local para que nadie pueda confundirse. Mientras tanto, unos metros más allá, la Cruzcampo parece hielo en los jarritos de barro del bar Papanatas.

En la zona opuesta, las barras miran hacia los muros de la iglesia Omnium Sanctorum y queda un espacio reducido para los veladores. La Cantinay un pequeño puesto con el botellín más barato de todo el mercado, además de chacinas, conservas y quesos para acompañar, se reparten a la clientela. En el primero, el atún de la casa, que está escabechado y lleva pimientos asados, se cocina de la misma forma desde que el negocio arrancó en el año 95. «Apunta ahí el pescaíto frito que tenemos, que está muy bueno», ordena la cocinera desde sus fogones.

La Lonja, el puesto mayor

Plato de paella y pescaíto frito en La Lonja de Feria | Foto: Tomás Muruaga

Antes de completar la vuelta al pabellón central, el sol asoma su rostro por las azoteas de la calle Arrayán y los clientes huyen de la sombra en unas hileras de mesas altas. Otros, por el contrario, prefieren el interior de La Lonja, donde el puesto mayor del mercado presta los ángulos rectos de su barra a quienes quieren almorzar.

¿Y qué podemos probar aquí?Pues todo aquello que se muestra tras las vitrinas: el pescado fresco listo para freír, las paellas del día, las croquetas que aún no han caído en el aceite, ostras o guisos caseros. Incluso sushi. Sin duda, la oferta más amplia de todo el mercado, alrededor de la cual los clientes habituales y los visitantes que llegan por primera vez junto a sus cámaras se reúnen cada día de la semana a excepción del domingo. Es mediodía y en la calle rockera de Sevilla saben cómo combatir el apetito.

Detalle de uno de los puestos del mercado de la calle Feria

Puestos de pescado en la zona de La Lonja | Foto: Tomás Muruaga

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