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Bar Lucas: un sabor para agitar el recuerdo

David Jurado

El perrito cordobés por excelencia conserva, medio siglo después, los ingredientes originarios del primer bocadillo

Una magdalena mojada en té retrotrajo al escritor Marcel Proust a su más tierna infancia. El recuerdo que le provocó aquel sabor tan genuino dio lugar a una de las grandes obras de la literatura universal. Existe un lugar en Córdoba donde un simple bocado sigue transportando hoy día a los cordobeses a un tiempo anterior. La sensación que experimentó Proust es la misma que se produce en el paladar y que agita los recuerdos de la clientela más fiel de Bar Lucas. No se trata de una magdalena, sino del perrito caliente más genuino y singular de la ciudad. Medio siglo después de servir el primer bocadillo, el sabor sigue siendo el mismo. Su elaboración no ha variado ni un ápice. Por muy inverosímil que parezca, los ingredientes  siguen siendo los originarios. Rafael Gómez se ha encargado de mantener vivo este legado gastronómico, heredado de su padre Lucas, al que se debe el nombre del negocio. «Mi padre era un visionario», relata. En el lugar que hoy ocupa su bar había antes un colmado, donde se elaboraban bocadillos para trabajadores y, fundamentalmente, para los alumnos de los colegios de los alrededores. Un día, en una feria del sector de la hostelería su padre vio las máquinas para preparar perritos calientes y vio que allí había una gran oportunidad, pese a que nunca antes había elaborado tal manjar y con el hándicap de ser un producto totalmente desconocido. «El perrito no lo conocía nadie», señala Rafael. En aquellos años poca gente sabía lo que era un sobre de ketchup, muy pocos sabían escribirlo correctamente y menos aún los que se atrevían a pronunciarlo. Lucas sustituyó ese ingrediente por una salsa de tomate casera que sigue añadiéndose hoy día al perrito cordobés por excelencia. En el mercado tampoco existían las salchichas Frankfurt con las que se elabora este bocadillo, por lo que «mi padre llegó a un acuerdo con la casa Crismona para que nos hicieran unas salchichas solo para nuestros perritos perritos, que hoy día siguen siendo las mismas», señala Rafael.  Si hay algo que distingue al perrito de Lucas del resto es su pan. No es dulce, ni esponjoso ni está abierto por la mitad. Se trata de un bollo que la extinta panadería de La Purísima elaboraba para su padre y que tras cerrar, los trabajadores que tomaron el relevo del obrador, siguieron fabricando con la misma receta y suministrando a Bar Lucas, un cliente donde siempre había negocio. Las máquinas, visibles desde la cristalera del bar, siguen siendo las mismas. Se reparan, se sustituyen por otras nuevas, pero siempre fieles al modelo original. En la conservación de este legado juega un papel importante María Aguilera, «mi mujer y mi todo», reconoce Rafael. El gusto por el perrito de Lucas es algo que se hereda. «Aquí llegan a juntarse cuatro generaciones, tengo clientes hasta con bisnietos», señala Rafael. Todos acuden, como Proust, para recordar sus años de colegiales, del primer perrito que compartieron con sus hijos, y mucho después con sus nietos. En busca de un bocado para agitar sus recuerdos.

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