AmalteaAmaltea: La sonrisa amable

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cada restaurante posee su propio estilo de gesticular que junto con el tono y volumen de la voz refleja, en parte, su personalidad. Desde un principio, con el modo de recibir, de acoger a los comensales, se va creando una atmósfera para que la comida quede en nuestros recuerdos o se diluya en el pasado.

Cuando se cruza el umbral de este pequeño restaurante aparece una sonrisa, no muy marcada pero adecuada y elegante, que le acompañará durante toda su estancia. Al abrir la puerta de la entrada son aromas a especias lo que envuelve al cliente en lugar del tan habitual olor a refrito. Amplios ventanales se descuelgan hasta el suelo dando luminosidad y bonitas vistas al local (lástima que se haya permitido aparcar en esta zona a expensas de estrechar la acera).

El lugar es confortable, con las mesas suficientemente separadas, y lleno de color: ocre, fucsia y añil dan un aire contracultural y refinado. Recuerda los lugares nobles de la Ámsterdam de los años setenta.

Está ubicado en una zona monumental, en los aledaños del río, a la altura del puente romano. Una atmosfera de sosiego y tranquilidad, con flores dentro y fuera, preside todo el conjunto. La suave música que acompaña a los comensales no distorsiona, como en tantos lugares, la conversación, ni anima al griterío.

El servicio no sólo es grato sino que se desenvuelve con profesionalidad, siempre dispuesto a los requerimientos de sus clientes. Aparentemente desenfadado pero comedido en sus maneras.

La carta no tiene una definición precisa; platos de influencias culturales diversas que se fusionan de forma amigable y divertida. Atún, pulpo, corvina, pollo, cordero o cerdo ibérico nadan en un mar de verduras de toda índole con pastas, arroz o cuscús. Entre sus preparaciones, el escabeche de pavo con cebollitas y zanahorias agridulces es suave y refrescante lo mismo que la ensalada vietnamitade col, zanahoria y pepino con salsa de yogur y anacardos. El cuscús de verduras con el grano suelto es ligero y agradable. Imprescindible probar la brocheta de cordero, que bien vale por si sola una visita, crujiente por fuera y jugosa por dentro. Se acompaña de arroz aderezado con tandoori masala que en esta ocasión estaba algo requemado y grumoso. Muy rico el tartar de atún con helado a la pimienta de Sichuán.

La carta golosa, que se entrega al final, tan atractiva como sugerente: sopa de mango con vainilla, tarta de queso con naranja confitada, tiramisú de pera o compota de manzana, higos y albaricoques con yogur.

La carta de vinos, a buen precio, apuesta por vinos jóvenes o pequeñas crianzas, finos de la tierra y blancos secos; además algunas cervezas artesanas de la localidad.

El gusto de este restaurante lo resume el cuadro de Roy Lichtenstein Mujer en el baño que señala y preside el camino del  aseo para las chicas. En definitiva un lugar singular, amable, de comida saludable y ligera no apto para los amantes de los platos contundentes.

Ver los comentarios