El BohEl Boh: El Mediterráneo en la mesa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La plaza de San Miguel es un coqueto nudito del centro con mucho sabor a Córdoba. La propia iglesia y su rosetón, el Horno de la Cruz y sus exquisiteces; El Pisto, que es toda una cocina legendaria dispuesta en una casa habitada por recuerdos y cultura; La Montillana, una actualización ejemplar de la taberna de siempre; la galería de arte Sala Aires y a unos pasos, la Taberna Góngora, Los Berengueles…, y si me apuran, los churros con chocolate de Don Pepe. Un cruce de pasos urbanos vivaracho y seductor. Aquí encontró lugar hace poco más de un año El Boh Bar, un término que en italiano viene a significar «¡Qué se yo!» y que en inglés podría tratarse de un símil nuestra palabra «bohemio».

Me quedo con la primera acepción, porque al abrir la carta en su acogedor y sencillo salón lo que me sugiere es un soplo de cocina mediterránea con origen transalpino pero querencia andaluza. El Boh no es un italiano al uso, primera cuestión. Es una grata muestra de fogón mediterráneo: pasta, hortalizas, quesos, carnes y pescados acudiendo a los primeros con un papel secundario. Tiene este establecimiento una cierta genealogía con El Barón de Abades —algo de su impronta se replica— y mantiene una estancia que invita al silencio, el disfrute discreto y la luz necesaria para no recrear comederos o fanfarrias que hacen insoportable la mesa.

Entramos con una parmiggiana de berenjenas con el buen equilibrio de cremosidad y hechura. Le sigue una lasaña de salmón y marisco donde el sabor a pescado no se exacerba y el horneado también está bien tratado. Apelamos después a unas papas guisadas con costillas que ofrecen del día. No queremos dejar de lado los guiños locales en su carta (flamenquín de speck, salmorejo con sardinas ahumadas u otras sugerencias que pueden aparecer cualquier día). Y rematamos con unos huevos fritos con trufa que nos resultan una delicia —bien fritos los primeros, cuidada la segunda—.

Por supuesto, en su carta no faltan carpaccios, paninis, quesos y embutidos originarios del país vecino. Diversos platos de pasta (atentos al papardelle al foie y hongos) que se salen del patrón de los típicos italianos y platos exclusivos de carne como la entraña —tan de moda cada vez más— o la carrillada ibérica y el osobuco. Si van a pedir postre les sugiero dos especialmente: el tiramisú y el puding de ricotta. En su justa medida es un remate perfecto. De la carta de vinos, muy seleccionada (algo escasa en blancos o a falta de algún rosado), interesante la parte de tintos por su geografía diversa. Déjense llevar.

Ver los comentarios