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Taberna YerbabuenaTaberna La Yerbabuena: Aroma a la cocina tradicional

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El Zoco es un barrio de prestancia moderna. Urbanismo burgués. Un gran bocado de expansión hace veinte años al poniente que congregó a  centenares de jóvenes matrimonios. Pronto, sus manzanas decorosas se llenaron de bares, tabernas y restaurantes acordes, a priori, al «hábitat» económico de la zona.

Tal vez excesivamente homogéneos en su oferta, que no ha tenido con el paso de los años la tracción esperada en el centro comercial que debiera latir como una válvula natural de ocio.  Aún así, con el paso de los años, conserva ciertos lugares de buen yantar. Y la Taberna La Yerbabuena es uno de ellos.

El empeño del joven matrimonio formado por Estefanía Murillo y Alfonso López, ella en los fogones y él en el servicio, va camino de cumplir las bodas de plata.

Abrieron en 1993, casi tan discretos como son, y como muchas veces se agradece en la atención. Ni sobreactuada ni indecorosa -otro día se podrá hablar de la gracia natural del camarero cordobés-.

La Yerbabuena es un rincón de buena comida tradicional. Pequeño, tal vez demasiado sobrio y algo oscuro en su puesta en escena. Justo en su medida -aunque cuenta con una «Salita» para reservas-. Ocurre también en su carta, que no comete el pecado del exceso, abarcando mucho y apretando poco.

Maneja bien las carnes a la brasa con un guiño a la casquería muy interesante. Ojo a las mollejas. No olvida la carne de caza o guisada, aún en sus últimos coletazos de veda. Hay producto, y eso se nota siempre. Pero empezamos por un revuelto de mollejas que a uno le trae a la memoria la huerta de la mesa en la infancia. Son pequeños hallazgos que se agradecen de cuando en cuando ante la planicie de revueltos tipo que hay por ahí y que no dejan de ser verduras enfundadas en gabanes de huevo. Le siguen unos boquerones de bocado. No predomina tanto el pescado en la carta, porque de nuevo acude al equilibrio. Discretos.

En la entrada no hay que ser ambiciosos, y en ello Alfonso sabe que es mejor guardar energías para centrarse en el plato eje, donde la cocina de su esposa si surge muy «señoreada». Hay tradición,  hay base, buena hechura en las fabes con perdiz, uno de los platos estrella acompañado de un tinto para el que la presencia de Ribera del Duero es predominante en la bodega. Algo más corta en blancos.

No hay que innovar cuando lo que se aspira a presentar es cocina de siempre (o de «pocas veces» ya en las casas de hoy). Intenta hacerlo de forma discreta Estefanía, y lo consigue con habilidad. Como el toque de la yerbabuena. Pequeñas aportaciones sin romper la idea a la que uno va predispuesto.

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