Bar MiguelitoBar Miguelito: El clásico del Campo de la Verdad

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La hostelería es un mundo mucho más complicado de lo que la mayoría supone, en el que el paso del tiempo es, con demasiada frecuencia, cruel e implacable. La calidad y el buen hacer se ven en muchas más ocasiones de lo que sería justo derrotados y superados por las modas, las discusiones entre socios o los no siempre fáciles tránsitos generacionales: es muy difícil contemplar y disfrutar de restaurantes capaces de sobrevivir con éxito a lo largo de los años.

Córdoba no es una excepción a esa regla general que, como no podía ser de otro modo, tiene agradables excepciones entre las que destaca nuestro Bar Miguelito, situado a tiro de piedra del estadio del Arcángel y del soberbio Centro de creación contemporánea de Andalucía (el C3A), en la calle Acera Pintada y convertido ya en uno de los clásicos del Campo de la Verdad.

Fundado en el año 45, casi setenta y cinco años después sigue en plena forma y en manos de Francisco Cano, hijo del fundador en aquellos lejanos años de la postguerra.

Tanto un gran cartel situado en los lados de la pérgola que cubre su estupenda y agradable terraza como la carta que se ofrece al comensal anuncia el Bar Miguelito, selecta cocina. Quizá sea un tanto exagerado el anuncio, pero no cabe duda de que allí se come más que bien, que la calidad del producto supera el notable y que, sin ser en barato, la relación calidad precio es razonable. Con razón y con todo merecimiento ha sobrevivido a los años, las crisis y los cambios en los gustos del consumidor y sigue siendo, tantos años después, una de las referencias del barrio….y de quienes los fines de semana nos acercamos a disfrutar o sufrir —este año el sufrimiento ha sido una constante— del fútbol del Córdoba.

Destaca el Miguelito por sus propuestas de casquería, de las mejores de la ciudad, con unos riñones y unos serios y contundentes callos,tan recomendables como el revuelto de sesos, no apto para todos los paladares; su fuerte es, sin duda, el pescado, de impecable calidad, y especialmente sus frituras siempre en el punto adecuado y unos postres caseros meritorios y apetecibles.

Falla la carta de vinos, con poca variedad y limitada a las dos inevitables denominaciones de origen de todos conocidas. Es un fallo fácilmente subsanable que, además, no empaña en ningún momento lo agradable del lugar y la profesionalidad de un servicio atento y siempre dispuesto.

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