Bar RiojaBar Rioja: «Calidad para todos los públicos»

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Descubrir un bar es como conocer a una chica guapa cuando tienes 16 años. Quieres compartirlo con tus amigos pero al mismo tiempo no sabes si hacerlo no vaya a ser que te la pisen. Los bares no se pisan pero sí que se llenan, y eso no gusta.

El Bar Rioja, que no está en la calle Rioja de Sevilla sino en la calle Jesús del Gran Poder, en pleno centro, pegadito al Corte Inglés del Duque, es de esos bares por los que uno pasa un millón de veces pero no entra nunca pensando no sé en qué… Bueno, sí sé en qué: uno piensa que es de turistas, o que como es de toda la vida, si no has ido nunca por algo será; o quizá uno no entre porque no se lo han recomendado nunca o no viene en ninguna guía.

Todas las claves del Bar Rioja

El Bar Rioja es diferente principalmente porque su dueño, José Antonio Marín Maya lo es; porque para aguantar dieciséis horas al día en un bar, aunque le ayude su hermano hay que serlo. Al Bar Rioja no se le niega la entrada a nadie, Antonio nos mira con cara de menor o aún menor simpatía, pero a nadie le pide que se salga.

Hoy tenía a uno a mi lado que había desplegado fotos de Camarón (pretendiendo venderlas) por la barra que da a la cristalera y se bebía su tintito la mar de a gusto mientras las pregonaba. Convivía en la barra de los fumadores con bancarios de bancos cercanos y también con jefes de planta del Cortinglé; con dueños de perros que se quedan fuera; con amas de casa y con funcionarias que llegan a desayunar a la hora de comer y Antonio enciende el tostador para ellas. Como reza el cartel de fuera con guasa verídica: «Desayunos todo el día»

La Cruzcampo del Bar Rioja perfectamente tirada en el vaso de la caña perfecta, acompañada (la casa invita) por un platito de ensaladilla a la que lo único que le sobra es la zanahoria rallada. Parecida a la del Salas de la calle Almansa, que es objeto de mi culto junto a sus guisos.

Así son sus platos

Los boquerones en vinagre estaban justo lo duros que debían estar, al igual que el pulpo. Yo entiendo que el pulpo debe estar cortado por una pulpeira que se abrase las manos y caliente en una tabla, pero como ni aquí tenemos pulpeiras, este da el pego perfectamente. No estamos en Galicia, estamos entre el Duque y La Gavidia.

Después pedimos solomillo al whisky, una de las enseñas del bar y orgullo de su propietario, que no da pistas sobre su elaboración, el solomillo diferente a lo habitual por la escasez de aceite, tenía los ajos en su punto y la carne se partía con tenedor, el jamón lo cortó delante nuestra para rematar el plato. Lo único que le fallaba no sólo a este plato sino a todos los que nos trajo fueron las patatas fritas. Yo seré pesado con el tema, lo asumo, pero ¿quién leches inventaría las malditas patatas fritas congeladas de paquete?

Hay mucho más

Si unos champiñones enormes con salsa y huevos de codorniz nos quitaron el hipo, unas lagrimitas de presa fritas extraordinarias y nada habituales, infinitamente más sabrosas que sus hermanas de pollo, nos hicieron llorar de alegría.

Si encima la manzanilla «a granel» está helada y muy rica, el pan es maravilloso, te cambian los cubiertos a cada momento, la cartera no sufre y sales con ganas de buscar una excusa para volver, es que has conocido a una chica guapa.

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