Antonio Molero (Grana y Oro): "Emocionalmente me ha costado cerrar pero no salen las cuentas"

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En este mar de zozobra en el que navega la hostelería, Antonio Molero es uno de los primeros que da el paso hacia donde no quería. La situación que vivimos le ha llevado a calcular al milímetro, pensar hasta desgastar la almohada y toparse de bruces con la realidad más dolorosa: la de las cuentas que no quieren salir.

Al frente de Grana y Oro, el bar que abrieron sus abuelos (Paco Soriano y Josefa Galán) en el año 1964, ha tomado la dura decisión de no volver a abrir el establecimiento de la calle Niebla.

La abuela de Antonio, Josefa Galán

Josefa Galán con un cliente en los primeros años del negocio

El punto de partida no era bueno, a pesar de ser un negocio rentable con una fiel clientela.

“Hemos encadenado varias etapas que han perjudicado mucho el rendimiento del bar”, confiesa Molero. Primero fueron las obras del Metro, que afectó a toda la zona durante largos meses y diezmó el número de clientes que reciben a diario.

Después vinieron las obras de Emasesa, que convirtieron a la calle Niebla durante meses en un páramo difícil de transitar. “Eso nos quitó casi todo el público, estábamos abiertos y sólo para tragar el polvo de la obra”, recuerda. A estos hitos urbanos se suman una ampliación en el año 2015 que supuso una fuerte inversión a la propiedad, además de los costosos gastos comunitarios y las derramas de un achacoso edificio.

A pesar de todo, Antonio reconoce que llevaba las cuentas del negocio al día. “Siete trabajadores con unas condiciones buenas, entre los que se encuentran mi madre y mi primo”. Además, el pago a proveedores y el alquiler del local al corriente. Todo, asegura, bajo una transparencia “poco frecuente en el sector”.

Pero aún así las cuentas siguen sin salir. “Al cerrar he perdido dinero porque tengo que indemnizar a los empleados pero si no cierro no tengo ninguna garantía de poder asumir los gastos que se avecinarían“, lamenta el empresario. “Lo hago con pena, porque es un negocio que empezaron mis abuelos y en el que mi madre ha trabajado toda la vida”, subraya.

De niño acudía a echar un cable y atesora recuerdos tras la barra y entre las mesas desde su primera infancia. “Emocionalmente me ha costado mucho cerrar pero no salen las cuentas por más que lo intento y me duele no solo por el componente familiar, sino porque es un negocio que funcionaba y tenía una fiel clientela”. Su padre, Antonio Molero, fue camarero del bar y su madre, María del Carmen Soriano, ha sido cocinera hasta el momento de cerrar antes del Estado de Alarma. Ella llevó el negocio junto a su hermano Manuel desde que tomaron las riendas del bar, aunque ambos han pasado toda su vida tras la barra de este establecimiento. Manuel, ya fallecido, estuvo desde los 12 años ayudando a sus padres en el negocio y una vez que desapareció fue su hijo Borja quien se quedó al frente del bar junto a su tía Mari Carmen. Manuel es recordado por su clientela por su forma de cantar la carta y memorizar las comandas.

Los padres de Antonio, Antonio Molero y María del Carmen Soriano

A pesar de la dura decisión que se ha visto obligado a tomar, Antonio y su familia se han visto arropados por los vecinos y el público. “Todos nos han echado una mano comprando los productos que ya no íbamos a utilizar y que no podíamos devolver por cuestiones estrictas de higiene con la pandemia”, señala.

Todo este proceso hasta tomar la decisión lo ha vivido en Alemania, país en el que reside junto a su familia y donde trabaja como piloto de aviación ejecutiva. Desde allí ha llevado las cuentas de Grana y Oro y se ha encargado de las contrataciones, las compras e incluso de la caja diaria.

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