Cinta Romero (La Cochera del Abuelo) visita la Bodeguita Romero

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Hay lugares que quedan grabados en la memoria de la infancia y el destino luego los vuelve a traer con la misma naturalidad que el ir y venir de las olas a la orilla. Algo así le ocurrió a Cinta Romero ( La Cochera del abuelo) con la Bodeguita Romero, con la que además de apellido (que no parentesco) comparte muchas cosas: amor por la profesión y gusto por los detalles, entre otras. Ya de niña acudía a este establecimiento de la calle Harinas al salir de los toros con su padre y desde aquel temprano momento ya entendió la grandeza de las auténticas barras sevillanas. Allí escuchaba y esperaba con paciencia mientras su progenitor alternaba con las amistades que iban llegando, de la misma manera que ella alterna ahora con los compañeros del gremio que se acercan a este emblemático bar.

Cinta Romero, Alejandro Romero y Pedro Romero / Fotos: Tomás Muruaga

¿Qué suele traerle por la Bodeguita Romero?

Éste es un lugar de hosteleros, y aquí venimos después de cerrar o cuando tenemos algún hueco porque sabemos que vamos a encontrarnos con otros compañeros que también acuden aquí o pasan y se suman. Si vienes a las cuatro de la tarde no es raro que te encuentres con seis o siete compañeros. Los que nos dedicamos a esto buscamos un sitio que no sea impersonal, donde te conozcan y sepas que vas a estar a gusto. Es como nuestro descanso después de la jornada.

¿Qué le gusta pedir?

¡Nunca pido! Dejo que Pedro o Alejandro me sirvan lo que ellos consideren, que puede ser un pescado del día, unas almejas que están para llorar o una carne. Eso sí, siempre empiezo con un jerez.

¿Qué recuerdos tiene de cuando venía con su padre?

Para mí era una obligación, porque aparte de escuchar a mi padre y sus amigos apenas tenía otra distracción mientras tomaba un refresco, pero ya entonces lo asociaba al arranque de la primavera. Siempre venía el Domingo de Resurrección y suponía que empezaba la temporada taurina y la Feria estaba a la vuelta de la esquina. Ahora lo recuerdo con muchísimo cariño.

¿Soñaba ya entonces con ser hostelera?

En absoluto. No entraba en mi pensamiento y de hecho cuando lo planteé en mi casa no sentó demasiado bien. Estaba terminando COU y a punto de irme a Córdoba a estudiar Veterinaria cuando tomé la decisión.

¿Quién le inoculó la vocación?

Tenía un primo que estudió pastelería y me contaba todo lo que estaba aprendiendo en la escuela de hostelería. Tal vez fue él quien me metió el gusanillo, aunque en cierto modo también mi madre. En mi casa cada almuerzo o cada cena tenía una esmerada puesta en escena y sin saberlo eso caló en mí, que siempre he sentido devoción por toda la estética que rodea a la gastronomía.

¿Siempre el servicio? ¿Nunca se ha sentido atraída por la cocina?

En la escuela pasé por cocina pero mi obsesión era el servicio.

¿Cambió su familia de parecer cuando se dedicó profesionalmente a la hostelería?

Mi padre, que ya no está, llegó a presumir de mí, aunque al principio no le gustara que me dedicara a esto.

¿Qué valora de barras clásicas como la Bodeguita Romero?

Viví durante siete años en Washington, donde todos los sitios parecen ilusiones sin alma, y cuando regresé a Sevilla solo quería encontrarme con los sitios que me recordaran mi origen, como la Bodeguita Romero.

¿Qué admira de hosteleros como Pedro y Alejandro?

Alejandro tiene una puesta en escena seria tras la barra pero a la vez no lo es. ¿Cómo se puede sonreír sin sonreír? Al entrar aquí de nuevo volví a recordar lo que era una barra tradicional, esas donde el cliente entra por primera vez y a la segunda ya lo tratan como si fuera allí toda la vida. Eso es muy difícil de conseguir.

Cuando va a la Bodeguita Romero, ¿dónde prefiere ubicarse?

Tengo mi esquinita favorita. Si no está libre suelo esperar “haciendo el helicóptero” hasta que Alejandro me avisa de que ya está y si no lo consigo ya me quedo en cualquier otra parte. La terraza también me gusta, pero es que esa esquinita te permite controlar quien entra, quien pasa por la calle y a la vez estar cerca de Pedro y Alejandro.

¿Con quién suele ir?

Con amigos o familia. También es el típico sitio al que llevas a alguien que viene de fuera, porque estás segura de que le va a encantar, como ocurre igualmente con La Fresquita o Tradevo.

Detrás de la barra: Pedro y Alejandro Romero

Pedro empezó ayudando a su padre, Antonio Romero Hijón, con tan solo 14 años. Era en la Bodeguita Romero de General Polavieja, negocio que abrió en el año 49 y que ya bajo su gestión, se trasladó a la calle Harinas en el 77. Allí lleva desde entonces defendiendo la hostelería de siempre, la que se aprende únicamente observando y trabajando junto a profesionales de raza. Lo mismo le ocurrió a su hijo Alejandro, con quien pilota hoy este baluarte del auténtico tapeo sevillano.

¿En qué ha cambiado la Bodeguita Romero desde que empezó siendo un niño?

Pedro: Ha cambiado mucho, sobre todo porque en los primeros años solo se servían vinos y frutos secos. Hasta finales de los 90 no comenzamos a ofrecer montaditos y algunas tapas frías.

Alejandro: Mi madre, Ángeles Díaz, es quien se sigue encargando de la cocina. Es sin duda el alma de la bodeguita.

¿Cómo es su clientela?

Pedro: Aquí viene público sevillano, hijos que han heredado esa tradición de sus padres y abuelos. Aunque también llegan turistas por el sitio que tenemos, nunca ha dejado de ser un bar de sevillanos.

Eso de que vengan hosteleros, ¿qué supone para ustedes?

Alejandro: Para nosotros es muy importante que vengan tantos compañeros a nuestra casa.

Pedro: En mi época se veía con más maldad entrar en casa del otro y eso ha cambiado mucho. Ahora no se percibe al otro como competencia sino como compañero. Yo cuando salía de la Bodeguita en General Polavieja no se me ocurría sentarme en ninguno de los negocios que había en la calle.

¿Cree que cambiará el concepto de barra sevillana con la crisis que vivimos?

El cliente estaba enamorado de la forma de servir que tiene Sevilla y eso está cambiando, no solo por el coronavirus. Ahora cuesta encontrar profesionales que estén orgullosos de lo que hacen y que presuman de no haber faltado nunca a su puesto de trabajo en 40 años. El trato del que yo hablo era algo vocacional.

Alejandro, ¿qué ha aprendido estos años de su padre?

Alejandro: La honestidad del trabajo. A veces pensamos diferente porque somos de distintas generaciones, pero su escuela es difícil de enseñar. Yo he aprendido de verle a él.

¿Tienen muchos clientes como Cinta?

Pedro: Ella se hace querer por sí misma, pero yo soy de la opinión de que es necesario guardar la distancia hasta que el cliente te dé confianza. Sevilla es una ciudad compleja e igual te eleva que te hunde.

Quién es

Cinta Romero lleva toda su vida dedicada a la atención en sala, una vocación que le inculcó su madre (sin ser consciente de ello) transmitiéndole el mimo y el detalle con el que cuidaba su mesa a diario. Se formó en Estados Unidos durante una década y al regresar a Sevilla trajo consigo todo el bagaje aprendido, con una exquisita manera de recibir al comensal que plasma cada día en La Cochera del Abuelo, restaurante con aire de bistró que comparte con su socio Bosco Benítez Ruiz del Pozo en la calle Álvaro de Bazán.

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