Hipocresía cervecera

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Sin ser experto en marcas ni en márquetin, valoro mucho las marcas, las grandes y las locales, que sin ser grandes en tamaño lo son en tiempo. Y si han durado ese tiempo por algo será. Porque inventar es fácil, lo dificilísimo es perdurar.

Por poner un ejemplo: una gran marca de whiskey de los 80´s y los 90´s como puede ser Chivas Regal, por mucho que entren las cien mil marcas que han entrado en los últimos años, permanece segura y con rumbo fijo, tumbando a las mil y una botellas, cada cual más costeada, de marcas efímeras que van y vienen, vienen y van.

De las ginebras y sus estúpidas variedades policrómicas prefiero no hablar porque me disparo, se me vienen a la retina los vagos y maleantes de chaquetas estrechas, removiendo -manos abiertas- las copas de balón de ginebras estrambóticas por el Arenal de Sevilla.

¿Habéis probado la Rives de El Puerto de Santa María, almas de cántaro?

Algo parecido pasa con las cervezas.

Hoy me lo ha hecho pensar leer la siguiente noticia: «La fiebre cervecera aumenta en Jerez y se contagia a La Línea. Jerez cuenta con otra cerveza propia, La Pepa, mientras que La Línea presenta su primera marca, que quiere marcar tendencia en el Campo de Gibraltar».

He probado muchas de estas cervezas, creadas en pequeñas y divertidas fábricas mal llamadas artesanales, y nunca me ha gustado ninguna. Reconozco que soy más de generosos que de espumosas, pero una buena Cruzcampo en vaso finísimo de sidra a media carga me entusiasma. En invierno y en verano. Dos buches y a por otra.

¿Por qué somos tan tontos y nos empeñamos en beber lo que no nos gusta? ¿Por qué el personal insiste en tomarse cervezas mal llamadas artesanales (verán que insisto con lo de «mal llamadas artesanales») sólo porque estén turbias, tengan nombres idiotas y cuesten cuatro euros en lugar de los poco más de uno de nuestra cerveza más universal? ¿Por estar turbias? ¿Por ser más caras? ¿Por ser «artesanales»?

Lo cierto es que no son artesanales porque no las hace un artesano, se hacen en fábricas, pequeñitas pero fábricas, en las que están aprendiendo cada día qué malta, qué lúpulo y qué levadura echarle al brebaje, mientras que las grandes cerveceras les llevan más de cien años de ventaja y gastan en maestros cerveceros y coquitos de bata blanca lo que no hay en los escritos.

Vamos a dejarnos de fruslerías señores y vamos a disfrutar de lo bueno.

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