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«Me planteé esta novela como si de una depuración absoluta se tratase»

José María Pérez Álvarez_ EscritorEl premio Cervantes, que recogerá mañana en Alcalá, está orgulloso de reunir a su familia «dispersa»Sus nietos se confiesan emocionados del trato a su abuelo en

El orensano José María Pérez Álvarez acaba de publicar la novela «La soledad de las vocales», ganadora del III Premio Bruguera. RAÚL DÍAZ

José María Pérez Álvarez_ Escritor

El premio Cervantes, que recogerá mañana en Alcalá, está orgulloso de reunir a su familia «dispersa»

Sus nietos se confiesan emocionados del trato a su abuelo en España

Al estilo de Samuel Beckett en «Malone Muere», José María Pérez Álvarez (Orense, 1952) ha hecho de «La soledad de las vocales» (Bruguera) un monólogo interior que somete al ritmo de la memoria del protagonista la existencia de todos los que habitan la pensión Lausana: «Quería trabajar con un argumento muy frágil para que el propio lenguaje estableciera esa especie de run-run por el que el lector se deje llevar».

-El origen de esta novela fue el letrero sin letras de una pensión. Y en la contraportada comenta: «Sólo cuando esa idea o imagen es obsesiva, creo que estoy ante algo que puede fructificar». ¿Qué se esconde detrás de la idea que le obsesionó?

-Yo soy perverso con los letreros. Cuando voy paseando y veo el letrero de un negocio que cerró -al que a veces le faltan letras-, intento formar palabras nuevas, aunque hay letreros que no tienen posibilidad de reescribirse. Así, pensé que los letreros podían ser una buena metáfora de la Literatura, pues los libros pueden llenar esos «agujeros en el sólido silencio del mundo» y así conformar otra visión del mundo. Esta idea se convirtió en mi obsesión. De ahí surgió la novela. Y es que hay dos tipos de literatura: la canónica, que pueden ser la de Thomas Mann -La montaña mágica (1924)-, Tolstói o Stendhal, que lo que hacen es establecer un universo nuevo perfectamente establecido. Y la otra -que a mí como lector me gusta más-, que lo que hace es establecer caos en ese orden. Me refiero a la literatura de Joyce o de Kafka. Ante la perfección insoportablemente perfecta de Proust, yo tiendo al desorden de Malcolm Lowry.

-Los recursos literarios utilizados en «La soledad de las vocales» rompen con su estilo anterior.

-Bueno, yo creo que en «Nembrot» (2002) ya había un párrafo, al igual que en «Cabo de Hornos» (2005), que ya apuntaba algo. Me propuse plantearme la novela como si fuera una depuración absoluta donde todo lo superfluo desapareciera, donde no hubiera un gusto por la frase bonita, que cualquier adjetivo que pudiera distraer al lector de la esencia de la novela desapareciera.

-Todos los personajes que habitan la pensión Lausana pertenecen a la historia con minúsculas.

-El prescindir de las mayúsculas fue un intento de establecer que todos los personajes de esta novela fueran tan importantes como los que aparecen en los libros de Historia o en los periódicos.

-Y uno de ellos es un escritor que tiene nostalgia de las manos de Joyce.

-El personaje del escritor me interesaba mucho porque refleja lo que yo deseaba hace veinte años: el deseo de triunfar. Y me pareció muy interesante contraponer esta escritura poco comercial con una persona que lo que busca es tener éxito para resarcir a sus padres de la pobreza en la que viven. Además, supone un homenaje a amigos escritores que tengo. Por eso, el aprendiz de Joyce es tan importante como el protagonista de la novela. Ahora me estoy dando cuenta de todos los datos autobiográficos que se me colaron. Y me da vergüenza que la gente sepa como soy.

-Hay una cita de Juan Goytisolo: «Tu nacimiento fue un error repáralo» similar a una frase que el protagonista repite: «como si nacer fuese otra cosa que un irreparable error, un accidente, un azar más o menos generoso». ¿Se sentía ante el final de algo?

-Cuando escribí esta novela, no estaba en el mejor momento de mi vida. Pero el pesimismo que se desprende de la frase de Goytisolo, me sugirió que ese «reparar el error de haber nacido» no implicaba necesariamente el suicidio, sino la búsqueda de la esperanza en esas pequeñas cosas: el amor, los amigos, la música.

-El escritor le escribe un poema al protagonista en el que hay un verso que se repite: «No me dio Dios otra cosa que tu cuerpo».

-Es un maravilloso poema de «El cielo», de Manuel Vilas. Con él me pasa una cosa muy curiosa. Y es que a veces estamos escribiendo lo mismo sin habernos comunicado. Y ese verso de Manuel es hermoso a la vez que cruel: No me dio Dios otra cosa que tu cuerpo/ cuando llegue a casa lo que me gustaría es/ azotarte, violarte, joderte por delante y por detrás. Y me pareció todo tan distinto a ese primer verso, que simbolizaba la alegría de la carne, que me dije: tengo que coger ese verso y hacer un poema distinto. De ahí las alusiones a Manuel Vilas que hay en este libro.

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