Adriano del Valle Hernández: «Mi padre descubrió a Norah Borges en Sevilla»
Realizador de televisión jubilado y director de documentales, Adriano del Valle Hernández ha recogido los principales recuerdos que guarda de su padre, el gran poeta, compositor y pintor sevillano
Adriano del Valle Hernández, hijo del poeta Adriano del Valle. DANIEL G. LÓPEZ
Realizador de televisión jubilado y director de documentales, Adriano del Valle Hernández ha recogido los principales recuerdos que guarda de su padre, el gran poeta, compositor y pintor sevillano Adriano del Valle en el recién publicado libro «Adriano del Valle. Mi padre».
-Su padre fue poeta, erudito, agitador vanguardista, traductor, compositor y pintor. ¿Cuándo le asaltó por primera vez la idea de que podía ser hijo de un genio?
-Es cierto, fue un hombre polifacético. Fue poeta, escritor, pintor y el primero que introdujo en España la técnica del collage al estilo de Max Ernst. Fue además director de importantes revistas literarias y cinematográficas. Como agitador vanguardista, en 1935 puso nada menos que un huevo en el transcurso de una conferencia dada en homenaje a su amigo Fernando Villalón en el Ateneo de Sevilla.
-¿Cree que, en su juventud, su padre estuvo cerca de ser cuñado de Borges?
-Es posible pero, sin embargo, creo en el destino de las personas y pienso que igual que los hijos de Guillermo de Torre y Norah Borges deben sentirse muy orgullosos de sus padres, yo también lo estoy de haber tenido la suerte de ser hijo de los míos.
-¿Qué le contaba de Borges y de su hermana Norah?
-De Norah mi padre me contaba que él fue el primero que la descubrió en Sevilla y siempre reclamó la gloria de aquel afortunado encuentro. Sobre Jorge Luis siempre sintió una enorme admiración. También él sentía por mi padre una gran admiración y cariño.
-¿Le habló su padre de aquellas noches sevillanas de juventud, cuando salían con Borges y su hermana y con los ultraístas Isaac del Vando y Luis Mosquera?
-En aquellas paseatas nocturnas, mi padre, Isaac, Mosquera, Borges y Norah organizaban unas decorativas cenas de artistas que terminaban al alba.
-¿Cree que Sevilla ha sabido guardarle memoria a su padre?
-Sí, aparte de una calle con su nombre existe también el colegio público Adriano del Valle, y un pequeño monumento en los Jardines de Cristina, junto al Palacio de San Telmo. Los Montpensier, propietarios entonces del palacio, llamaron a París a uno de los ascendientes de mi padre, Juan Claudio Rossi Vauban, para que lo decorara. Su llegada a España motivó el hecho casual de que mi padre naciera en Sevilla, hijo de su nieta Amalia Rossi.
-¿Tenía él muchos recuerdos de Sevilla?
-Mi padre se sentía muy andaluz y sevillano. Y siempre mantuvo una gran nostalgia de su tierra. Cuando sus ocupaciones se lo permitían, volvía con motivo de algún acto literario o para vestirse de nazareno con su hermandad de la Virgen del Valle.
-¿A qué cree que se debió que Sevilla fuese la primera línea de las vanguardias en España durante la juventud de su padre?
-El ultraísmo fue el primer movimiento de vanguardia de las letras hispánicas. Un movimiento que tuvo su cuna en la Sevilla de «Grecia», una revista, como dice Juan Manuel Bonet, en la que mi padre tuvo un papel decisivo. «Grecia» empezó siendo modernista, pero pronto los poetas sevillanos descubrieron las imágenes de Guillaume Apollinaire, de Marinetti, del cubismo e incluso del Dadá. Ésta fue la causa.
-¿Cuál es el recuerdo material preferido que guarda de él?
-Parte de su importante biblioteca, algunos de sus cuadros y, sobre todo, el que después de haber tenido cuatro hijas, se alegrara tanto de haber conseguido tener un hijo varón.
-¿Le contaron sus padres su viaje de novios a Lisboa, cuando conocieron a Pessoa?
-Sé que se hospedaron en el hotel Universo. Al decir de mi padre, Pessoa era un hombre tan humilde que rara vez le hablaba de su propia poesía. Cuando regresó a España, no obstante, pudo escribir y decir que Fernando Pessoa era el más grande poeta portugués y uno de los mayores genios literarios de Europa.
-¿Qué le contaba su padre de Lorca?
-Mi padre sentía por García Lorca una enorme admiración y cariño hasta el extremo de que, en cierta ocasión, comenzada ya la guerra, estuvo a punto de batirse con un alférez provisional en la estación de Constantina (Sevilla), lo que afortunadamente no tuvo lugar porque, en un descuido, el oficial escapó montándose en un tren de mercancías. Este militar se llamaba, creo recordar, Martín Arraya. El alférez, que venía de Granada, al preguntarle mi padre, preocupado como estaba, por la seguridad de Federico, le había dicho: «Menudo favor le he hecho al general Franco, gracias a mí nos hemos cargado a García Lorca».
-¿Y de Sánchez Mejías?
-Era muy amigo de Ignacio. Una de las personalidades que portaron el féretro desde la estación de Sevilla hasta el cementerio fue mi padre.
-¿Y de Dalí?
-Contó no sólo con su amistad sino también con muchos de sus libros, con dibujos y dedicatorias suyas.
-¿Y de Vázquez Díaz?
-Lo conoció en 1929 cuando comenzaba a pintar los grandes frescos del Monasterio de Santa María de la Rábida. A partir de entonces su amistad se acrecentó hasta el extremo de ser como hermanos. En una de sus dedicatorias le dice Vázquez Díaz: «A Adriano del Valle, de un pintor con vocación de poeta a un poeta con vocación de pintor».
-¿Y de Villalón?
-Villalón era otro hermano. Cuando estaban a punto de publicar la revista «Papel de aleluyas» le gritaba Villalón a mi padre, a lo largo de la calle Sierpes: «Formemos un comité de tres: Tú, Rogelio Buendía y yo. Y que se mueran los feos». Esto ocurría como consecuencia de las discrepancias que mantuvieron con la otra revista sevillana «Mediodía» en la que Joaquinito Romero, según Villalón, se había creído que era el Víctor Hugo del barrio de San Lorenzo.
-¿Y de Cernuda?
-Difícilmente podía recordar mi padre a otro poeta de más exquisita probidad. Era un tímido sobrenatural en su máxima potencia.
-¿Alguna vez le dijo qué sintió cuando el mismísimo Igor Stravinsky se levantó para aplaudir una composición suya, la «Pequeña Suite»?
-Sintió una gran emoción. Sólo puedo añadir que, para mi padre, Stravinsky era el gran pirotécnico que quemaba sus girándulas de sonidos, esa azul y rosada lluvia de estrellas que él dejaba caer, profusamente, sobre todos los atriles extasiados del mundo...
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