QUEMAR LOS DÍAS
Dejad de robarnos
Alcanzada la mediana edad, tengo muy claro que el tiempo es nuestro principal capital. Continuamente tratan de robárnoslo
Uno de los libros que más me influyeron en la infancia fue Momo, de Michael Ende. En aquella deliciosa fábula, los hombres grises, representantes del poder, se dedicaban a robar el tiempo a los ciudadanos, evitando que estos lo consumieran en lo que les placiera.
De unos meses acá, tengo la sensación de que mucha gente querida esté muriéndose de repente. Lo hablaba el otro día con un amigo. No son ellos, me objetó, eres tú, somos nosotros: la biología nos ha conducido a esa edad crítica en la que la muerte, tristemente, se vuelve algo mucho más común.
Mediana edad, la llaman. El momento vital en que nos vemos obligados a convivir con lo que en otro tiempo nos parecieron síntomas de ruina: calvicie, arrugas, quilos de más. Un futuro pautado por los chequeos médicos, la incapacidad de ver películas sin dormirte y, sobre todo, la sensación de que, de repente, el mundo se ha desplazado, o eres tú quien se ha movido, pero en todo caso parece que estés fuera de plano.
Pero no todo es malo desde el ecuador. Ahora más que nunca, por ejemplo, valoro la enseñanza de aquel libro de Michael Ende que leí cuando apenas tenía diez años: la verdadera riqueza, la única en realidad, está en el tiempo.
En aquel libro, los hombres grises eran personajes siniestros que fumaban puros y lucían enormes ojeras. En la vida real, no los ves, pero están por todos lados. Se ocultan detrás de las llamadas en espera de veinte minutos, con desesperante sintonía en bucle, de los operadores de telefonía cuando tienes cualquier problema. Son los que también alientan que te llamen a cualquier hora, desde números de teléfono aparentemente comunes, para sugerirte un cambio de compañía de gas, porque en la tuya, como aseguran, se paga demasiado. Los mismos que, en el banco, te hacen esperar durante media hora, aunque tu cita decía claramente que estabas convocado a las diez.
Cada día se aprovechan de nuestros datos a través del teléfono móvil. Siempre estás pagando de más en las facturas del agua o de la luz. Pero el robo del tiempo es también una evidencia, con la que, me temo, solemos ser más transigentes. Cuando es nuestro principal capital.
Soy una persona bastante tolerante, pero no soporto a los impuntuales: disponen del tiempo de uno con una desfachatez indignante. Las empresas que prestan servicios a los ciudadanos, sin embargo, ejercen la impuntualidad de forma programada y, me atrevería a decir, torticera. En términos marxistas, el tiempo es la plusvalía que el ciudadano regala a las empresas. Y estas nos lo roban de forma descarada.
En la mediana edad, lo que más valoro es el tiempo. Por eso me he propuesto ser implacable con su cuidado. Echemos cuenta a Momo. Al final, todo está en la infancia: no concedamos ni un minuto de más a los hombres grises.
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