quemar los días
La reputación no se compra
Digámoslo ya: la mayor parte de los premios en España se pagan
LE llovieron las críticas al pabellón de Andalucía en Fitur, no solo provenientes de políticos de signo contrario al del gobierno regional. Entre las más señaladas estuvo la del propio presidente de la CES, Miguel Rus, a quien se le afeó la incoherencia de criticar ... un montaje realizado por una empresa de la propia Sevilla. Todas las críticas coincidían en sus objeciones: oscuridad de la instalación, poca funcionalidad y deficiente ordenación. Como contestación, la Junta de Andalucía sacó pecho por el galardón concedido por la propia feria al pabellón como mejor expositor de una comunidad autónoma, evidencia supuestamente incontestable de la calidad de la propuesta.
Prefirieron obviar el importante dato de que el pabellón andaluz es el que contaba con mayor superficie contratada de todo Fitur, 6.500 metros cuadrados, 1.200 metros más que en el año precedente. El hecho de que quien cobra es quien premia debería movernos, cuando menos, al escepticismo. Pero la cuestión de los premios resulta bastante peliaguda. En el ámbito literario, la supuesta falta de limpieza de los grandes certámenes siempre está en boca de todos los letraheridos. Sin embargo, aun pecando de cinismo, he de decir que al menos en estos se mantiene cierta estética, cierta apariencia de decoro. Algo que no ocurre para nada en muchos otros premios que tienen que ver con el mérito profesional.
Digámoslo ya: la mayor parte de los premios se pagan. Antes de que Internet eclosionara y el ladrillo se convirtiera en una formidable burbuja, abundaban los medios especializados que otorgaban premios previo paso por caja. Si querías conseguir el premio a la Empresa Más Responsable, solo tenías que realizar el correspondiente desembolso. Ahora hay muchos menos medios especializados, pero la política de los premios pagados persiste gracias a los foros, los congresos, las asociaciones o los programas con financiación pública y privada. Para ser el Empresario del Año del Sector del Retail, no hace falta que los números cuadren. Los de la empresa, digo, porque con que cuadren los números con la entidad que convoca los premios es suficiente. Comprar premios se ha convertido en una forma de lograr reputación para muchas entidades; una trampa, un indecente atajo para obtener por la vía de la caja lo que no eres capaz de conseguir con tu gestión. En algunos casos, las formas se han vuelto más sutiles: la obtención de los premios no consta en las cláusulas del contrato, sino que es más bien una contraprestación sobreentendida, una regalía.
El que gusta de la adulación, afirmó Quevedo, no se fía del valor de sus méritos. El que además recurre a pagarlos, confunde mérito con dinero. Pero la reputación, la verdadera, no se compra. Es más difícil de obtener, porque hay que ganársela.
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