Cardo máximo
El mejor amigo
Si hay que quitar plazas de estacionamiento, mejor para plantar árboles que para plantar veladores de los bares
Cada vez que paso por la calle López de Gómara me entran ganas de llorar. De emoción, no se vaya usted a creer. Porque quien ha conocido el tramo entre Evangelista y República Argentina pelado y sin ninguna sombra durante décadas (como medio siglo, no ... piensen que es cosa de ayer por la mañana), no puede reprimir las lágrimas cuando ve las jacarandas verdeando con sus ramitas despegándose de los palitroques que les sirven de guía. Algún día, no tan lejano, a la vuelta de un lustro tal vez, esa avenida horrorosa azotada por el sol de la atardecida de forma inmisericorde será una vía sombreada como lo es el tramo inmediatamente anterior, el que arranca en la plaza de San Martín de Porres. Es pasar por allí y acordarme –para bien, por supuesto– del alcalde que ordenó la plantación, en este caso, Juan Espada?
El actual regidor, José Luis Sanz, ha anunciado que va a proceder a plantar 1.500 árboles de sopetón, así, para empezar a hablar. Y le alabo también el gusto, porque esta ciudad torrada debería considerar la sombra como la prioridad absoluta en cualquier intervención en la vía pública. Obra en la calle que se haga, obra que se remata plantando árboles. Donde sea y como sea, pero que den sombra y alivien la temperatura exterior. En tantos aparcamientos en batería como hay, hagan alcorques y planten árboles. En tantas isletas de tráfico vedadas con los conos de plástico que al cabo del tiempo se vuelven flácidos, hagan alcorques y planten árboles. En tantas aceras terrizas a las que no ha llegado la marea del enlosado, hagan alcorques y planten árboles. Si hay que quitar plazas de estacionamiento, mejor para plantar árboles que para plantar veladores de los bares. No sé si me explico…
A primeros de julio, la compañera Elena Martos ofreció un dato escalofriante –mejor dicho, sofocante– que nadie ha rebatido: al ritmo actual de plantación de árboles, haría falta 250 años para completar todos los alcorques vacíos en la actualidad, cuya cifra supera los 10.000 arriates en los que lo único que crece son los jaramagos. Dos siglos y medio para repoblar los huecos actuales: como desde la batalla de Trafalgar hasta hoy. Descontados los que morirán entre tanto, los que talarán por riesgo de caída más los que dejarán secar impasibles y los que caigan víctima del gamberrismo, antes habrá un hotel en la Luna que Sevilla haya completado su arbolado previsto.
Por eso está bien que el actual inquilino de la Casa Grande se comprometa a iniciar una plantación exprés y asuma la obligación de proveer de más sombra a los ciudadanos. Sanz ha dicho que Sevilla necesita más árboles, más toldos y más fuentes. Y más bancos, me atrevo a sugerir yo, que no hay donde sentarse sin pagar una consumición.
Todo lo que se haga para aumentar la cubierta vegetal en la ciudad es bienvenido. Eso sí que es humanizar la ciudad. Al fin y al cabo, el mejor amigo del hombre no es el perro: es el árbol.
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