TRIBUNA ABIERTA
'Tristán e Isolda', el triunfo de la noche
¿Y no es muy cara la ópera? No, no es más cara la ópera en Sevilla que el fútbol o los toros

Fue en mayo de 2009, casi un siglo y medio después de su estreno en Múnich y más de un siglo después de su estreno en España, en el Liceo de Barcelona, cuando por fin pudo verse en Sevilla la ópera 'Tristán e Isolda' de ... Richard Wagner. No se me olvidará nunca. Dirigía entonces la Sinfónica de Sevilla el maestro Pedro Halffter y hacían los papeles de Tristán e Isolda la soprano alemana Evelyn Herlitzius y el tenor estadounidense Robert Dean Smith. Recuerdo que a la salida del teatro los cohetes ya anunciaban la alborada de Pentecostés por las marismas y que la Esperanza de Triana, en salida extraordinaria por el aniversario de su coronación, ya había entrado en la catedral como la aurora. Pero nosotros seguíamos en la noche. En la profunda y abismal noche sagrada cuando la conciencia se hunde en el gran todo.
Intento vano es explicar esta música invasora, imbuida de la filosofía de Schopenhauer, para quien toda realidad es apariencia y toda acción humana un castigo de la voluntad de la que solo nos redime la ausencia de deseos y la contemplación artística. Adelantada a su tiempo, y a todos los tiempos, se trata de una propuesta moral y estética arrebatadora donde vibra la pulsión dual de Eros y Tánatos que daría origen al psicoanálisis de Freud. La culminación del ideal romántico llevado al extremo. En el viaje que empezamos con Isolda de Irlanda y Tristán de Cornualles solo nos pueden acompañar el amor y la muerte, nada más, nadie más.
Cinco años después, en 2014, una fría noche de enero y con la Orquesta del Weast-Eastern Divan con Barenboim en el podio, pudimos asistir a la breve catarsis que fue la interpretación, en forma de concierto, del segundo acto de la ópera. Pero aquello, que no dejó de ser celestial, fue como un amor no consumado. Sin la muerte por amor de Isolda y la transfiguración de los amantes trascendiendo los límites de la existencia, quedábamos al borde del precipicio, aún en el mundo interpretado, aguardando a los ángeles de Rilke.
Afortunadamente no hemos tenido que esperar otro siglo, vuelve ahora a Sevilla esta obra cumbre de la música y lo hace en una producción completamente nueva, patrocinada por el propio Teatro de la Maestranza (la función de 2009 procedía de la ópera de Roma), con la Dirección Musical del húngaro Henrik Nánasi, la escenografía y dirección de Allex Aguilera, y con el tenor australiano Stuart Skelton y la soprano sueca Elisabet Strid en los papeles protagonistas. En una Sevilla acechada por la hecatombe zombi promovida por quienes deberían proteger el legado cultural de la ciudad de las 150 óperas –entre ellas el don Juan de Mozart, que es el mismo don Juan que el del Tenorio– y en una España que contempla perpleja cómo el Parlamento, casa de la palabra, se convierte en una torre cutre de Babel, nos aferramos al universal lenguaje de la música wagneriana. No es admisible que la ciudad escoja los caminos trillados y de corto recorrido. La ciudad de Herrera y de Rioja, de los Bécquer y los Machado, de Romero Murube y Cernuda, de Velázquez y Murillo, de Turina y de Guerrero, debe levantar la mirada sobre los hombros de estos gigantes, hacia las cumbres más altas, como las que señala esta ópera.
«Noche, fabricadora de embelecos», decía Lope de Vega; la legión de los noctámbulos estamos ya cansados del prestigio del día, del utilitarista refrán de que Dios ayuda a quien madruga, cuando es sabido que aún ayuda más a quien se acuesta tarde y entrega una albarda llena de estrellas cuando raya el alba. No existe una obra más devoradoramente noctívaga que el Tristán en el que el día es, por exceso, sinónimo de muerte, de la vida que es preferible no vivir. Estamos en los terrenos místicos de la noche oscura de las almas, donde la llama de amor viva hace latir el corazón de los amantes
¿Pero no cree usted que a Wagner le salían estas óperas un poquito largas? Es posible, pero así era antes el tiempo de la vida, cuando cada segundo contaba sin resbalar por el pudridero verde del whatsapp. Sí, son cinco horas de función con los descansos, cuatro horas de música, pero que dan la vida eterna a quien la escucha. Acudamos a la ópera, porque acaso aún no seamos plenamente conscientes del lujo espiritual que esto supone para una ciudad como Sevilla en la que, cuando las cosas se pierden, lo hacen de forma irremediable y por los siglos.
¿Y no es muy cara la ópera? No, no es más cara la ópera en Sevilla que el fútbol o los toros y, en todo caso, no hay partido, no hay un 'Tristán e Isolda'» todas las semanas y existe, además, la grada del paraíso, que hace doble honor a su nombre cuando suena la música.
Acudamos, pues, al Teatro de la Maestranza, olvidemos la cháchara y el ruido ensordecedor de las pantallas e ingresemos en la eterna noche wagneriana, lejos del tráfago del día cuya luz violenta nos confunde, porque solo en la noche se escucha el corazón de los hombres.
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