TAL VEZ FELICES
Lenguaje inclusive
Involución unilateral. De arriba hacia abajo. Más de centro que de barrio y en las antípodas de las preocupaciones de la gente
He visto jóvenes encarcelados en el lenguaje. Tratando de explicar algo, pero introduciéndose en un laberinto de palabras del que cuesta un montón de vocablos salir. Sin pragmatismo. Con cierto miedo. La escritura tiene autonomía propia, porque ella misma conduce a ideas que uno no ... tenía antes de golpear las teclas. El lenguaje inclusivo autoimpuesto en sus diferentes variantes, sin embargo, supone todo lo contrario: es un corsé para la lengua y la cabeza; o 'cabece', mejor, no se vaya a ofender la mano o el pie. Una carretera estrecha que confina y reduce los elementos a la nada en su intención de no causar ningún desagravio, por lo que termina limitando a quien la utiliza: acuda a la barra de un bar bullicioso a entenderse con el camarero y lo comprenderá. Es una involución repentina y unilateral. Nueva forma de autocensura. De arriba hacia abajo. Más de centro de una capital que de barrio y en las antípodas de las preocupaciones de la gente. El periodista Paco Robles llama a estos asuntos «las cosas de ellos», pero tienen, estas cosas, resultados en la base del pensamiento. Porque la indefinición radical es nihilismo y negación, una deconstrucción de la realidad que no la modifica, pero que tiende, como argumenta el articulista Enrique Arias Vega en 'El (falso) lenguaje inclusivo', al ridículo de manera exponencial.
Y el problema de alejarse demasiado de la realidad es que terminas, como el cantante Iván Ferreiro, llamando «ejemplo de mierda» a Nadal. Todo parte de ahí: de las argumentaciones cerradas y simplistas. No del cuestionamiento, sino de ser un forzoso iconoclasta que destruye por echar abajo sin la intención de reconstruir. La última condena a los mayores, después de enseñarles complejos procesos tecnológicos para resolver tareas del día a día, es tratar de reeducarlos con este lenguaje tan limitante como un nacionalismo exacerbado. Inútil, clasista y perecedero por su propia naturaleza: disfuncional y moralista.
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