puntadas sin hilo
Qué pena, Felipe
González sabrá por qué se presta a fomentar el narcisismo de Sánchez con la victoria del 82
Hace unas semanas fui al concierto de Deep Purple en Sevilla y me provocó sentimientos encontrados: por un lado resultó emocionante ver a una de las grandes bandas de mi juventud tocando 'Smoke on the water' en la Plaza de España, pero por otro la ... imagen de Ian Gillan intentando emular a sus 77 años los registros de voz del 'Made in Japan', grabado en 1972, inspiraba más compasión que entusiasmo. Aquella noche salí del Icónica Fest convencido de que Greta Garbo tenía razón; los mitos deben quedar en la memoria a la altura de su leyenda y evitar exhibir su decadencia.
La foto de Felipe González en la presentación la exposición que ha organizado el PSOE por los cuarenta años de su histórico triunfo electoral provoca una disparidad sentimental similar. Felipe sigue siendo un símbolo político y quedará en la historia, más allá de los claroscuros de su gestión, como el dirigente que modernizó al país. Tras la meritoria Transición que capitaneó Adolfo Suárez —y de la que ahora reniega la izquierda— el expresidente sevillano asentó la democracia e integró a España en la Unión Europea y en la OTAN. En Andalucía, donde casi todos lo votamos alguna vez, el mito de Felipe mantiene una vigencia que en ciertas localidades de raigambre socialista roza la devoción. Por todo ello, verlo empequeñecido y avejentado desempeñando un rol secundario tras Sánchez produce tanta lástima como el rock marchito del cantante de Deep Purple.
Produce lástima y bastante estupefacción. Porque Sánchez y Rodríguez Zapatero han desmontado toda la obra vital de González: un PSOE socialdemócrata, alejado del marxismo, que se consolidó desde la moderación como el gran partido de masas de España. Felipe se alineó con el socialismo de Indalecio Prieto —quien evitó en 1937 la fusión con el PCE— y sus sucesores con el de Largo Caballero. Felipe lloró el asesinato por ETA de muchos compañeros y Pedro Sánchez pacta con los herederos de los pistoleros. Él fue gran amigo de Carlos Andrés Pérez y Zapatero de Maduro. González tuvo un sentido de Estado cimentado en la unidad de España que sus sucesores han socavado arrastrados por un posibilismo mercenario. Ha visto como el argumentario ideológico de su partido quedaba reducido a la la 'Kulturkampf', un radicalismo sociocultural con el que se pretende marcar distancia con el liberalismo o la derecha.
Felipe nunca tuvo afinidad con Zapatero y participó activamente para tratar de impedir la llegada al poder de Sánchez. Él sabrá porqué se presta ahora al juego de enriquecer el narcisismo del actual presidente con la evocación de la victoria del 82. Cuesta creer que sea por sentido de la disciplina o mero amor a las siglas. Lo cierto es que el rostro cariacontecido que mostraba del pasado lunes, eclipsado por el brillo ególatra de Pedro Sánchez, es un triste epílogo para uno de los grandes políticos que ha dado este país. Qué pena terminar así, Felipe.
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