tribuna abierta
Reza por mí (II)
Rezar es hoy igual que será mañana y que fue ayer y hace cinco años, cuando escribí un artículo como este
Rezar es vacunarse contra el pesimismo. No es el miedo, sino la superación del miedo. No es la desesperación, sino la confianza. Y son los problemas en ese preciso momento en que se empieza a salir de ellos. Rezar es el inicio de la solución, ... aunque la solución no sea rezar. Es la inteligencia trabajando contra sus temores y aprendiendo de sus advertencias. Rezar es encontrar el valor, pensar con alas, elevarse por encima de las dificultades. Es la angustia vencida por la determinación. La seguridad gobernando sobre la incertidumbre. Es creer cuando todo invita a dejar de hacerlo. Y es, por ello, nuestra experiencia a punto de expandirse.
Rezar es superarse y negarse a aceptar que la realidad no puede ser de otra forma. Es pensamiento de utopía y voluntad de reforma. Quien reza siempre piensa a la grande y obra en lo pequeño. Rezar es soñar el milagro imposible y lograr el prodigio posible. Es resiliencia, tan de moda, rechazar la derrota antes del final, y asumirla serenamente después. Rezar es renunciar a la renuncia, cuando la renuncia aún no procede, y descartar la protesta incluso cuando procede. Rezar es esperanza previa y consuelo postrero. Es confortarse en el pensamiento de que no se pudo hacer más, y es siempre un desahogo del alma. Rezar es prepararse en la mala suerte para la buena y en la buena para la mala. Es adaptarse a lo que venga, no rendirse al mal humor, no exagerar las cosas, conocerse a sí mismo y no perderse el respeto ni la compostura.
Rezar es una actividad densa para la vida líquida, slow life en medio del vértigo, quedarse quieto cuando nadie aguanta más dos minutos sentado. Rezar no es una experience, o sí lo es, pero es la única que ni se vende ni ha sido gamificada. Es el niño aprendiendo a ser adulto y el adulto recordando cuando era niño. Rezar es vaciar la agenda, y perderse cosas supuestamente amazing e inspiring que no deberíamos perdernos, o eso nos dicen. Rezar no es exciting, ni surprising, ni funny, y es, por todo ello, una expresión de carácter en una sociedad despersonalizada. Es aislamiento voluntario en tiempos de hiperconexión. Y un retiro que nos acerca a las personas mucho más de lo que lo hace el wasap.
Rezar es el hilo invisible que nos une a los que más queremos, y es ingeniería móvil para la comunicación con la eternidad. Rezar es llamar a los que ya no pueden contestarnos de otra manera. Y es una forma de sentirse unido al río de la vida y a la corriente que nos lleva a todos, los mayores que se van y los recién nacidos que llegan. Rezar es la inclusión social hoy más urgente, la de los abuelos con sus nietos. Es un paseo por tu geografía emocional, caminar por las calles de tu infancia, y el selfie que le mandas a Dios rodeado de las personas que te importan para que se acuerde de ellas. Rezar es el humanitarismo de pedir más por las causas ajenas que por las propias. Y es la contención de saber que la oración es como la alabanza. La que agrada a Dios (y a los hombres y a nuestra dignidad) es la que tú haces de los demás y los demás de ti.
Rezar es moderar el deseo, templar la impaciencia, poner distancia, ampliar la perspectiva y darle una oportunidad a la alegría. Es un atajo para reengancharse a la vida y a Dios. Y es querer creer, luchar contra las dudas y buscarle un sentido a lo que parece que no lo tiene. Tal vez rezar sea una superstición, pero, si lo es, es una ilusión inocua y probablemente benefactora, un pensamiento positivo que nos ayuda a ir tirando, sin engañarnos con falsas promesas para esta vida, que son las peores. Rezar es prepararse para hacer lo que está bien y convencerse de que la felicidad vendrá con el deber, y nunca sucederá al revés. Es concedernos la posibilidad de ser más felices liberándonos de la obligación de serlo. Es huir de la queja y de los tristes. Y es fijarse siempre en lo bueno de cada cosa y en lo mejor de las personas.
Rezar es saber olvidar lo que nos hace mal y saber recordar lo que nos hace bien. Es templanza en un escenario de exaltación, y es el espíritu dispuesto a perdonar y a pedir perdón, y sobre todo a no pelearse. Rezar revela una convicción firme y un corazón blando. Rezar es acercarse y entenderse, y es silencio y es paz. Es una plaza alborotada en la que de pronto todos se van y ya solo se oye el caño de una fuente. Rezar es monotonía heterodoxa y repetición subversiva. Una reivindicación herética de la memoria. Es la consciencia funcionando de forma inconsciente y por tanto más creativa.
Es el conocimiento asentado, en modo automático, y la inteligencia liberada para relacionar experiencias, encontrar hallazgos e inventar cosas nuevas. Rezar es la utilidad de lo inútil.
Rezar es hoy igual que será mañana y que fue ayer y hace cinco años, cuando escribí un artículo como este. Rezar es siempre un regalo para el que lo recibe y para el que lo da. Es el verdadero espíritu de estas fiestas, o su magia, como se dice ahora, y es la ilusión de reencontrarse, y de volver a casa por Navidad, como los turrones. Rezar, perdónenme la frivolidad, es la expresión del buen gusto en tiempos de tardeo y copa de balón, y es hoy probablemente la forma más elegante y rebelde de celebrar estas fiestas.
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