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EL RECUADRO

20.000 leguas de barra por lo fino

¿Usted se ha preguntado cuántos kilómetros de barra de bar hay en Sevilla?

Antonio Burgos

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De Sevilla, Ciudad de la Gracia, hemos pasado a Sevilla, Ciudad de la Tapa. Yo creo que Sevilla es el único sitio donde con tres buenas tapas estás comido. Tan hartito, que le dices al camarero:

-No, de postre no hace falta que me ponga usted nada.

Tapas enormes. La tapa ha ido creciendo como la ciudad misma. Cuando Sevilla era poco menos que los barrios intramuros y las barriadas del extrarradio, más Triana (cualquier cosa), las tapas eran mínimas: unas conchitas de loza pequeñísimas. Como un piscolabis. Si querías algo más abundante, tenías que pedir la media ración o la ración. Ya las tapas son casi todas como aquellas raciones de antaño. Ya digo: con tres tapas, como no seas muy comilón, estás almorzado.

Tapas clásicas y tapas modernas, influidas por la nueva cocina y sus cuentos del alfajor. No queda creo yo casi ninguna taberna donde no pongan tapas, sino sólo el vino o la cerveza a palo seco, que era antes algo normal. Lo extraordinario eran las llamadas entonces «tapas de cocina», porque no la había en todos los bares. Las tapas de estas tabernas sin cocina eran conservas de lata, queso o embutidos. Y muy poco jamón, lujo al alcance de muy pocos. O como sentenciaba el dicho: «Si le dan jamón a un pobre, o está malo el jamón o está malo el pobre».

Hago este elogio y análisis diacrónico (¡toma ya!) de la tapa porque leerían que el domingo, en estas tonterías que hacerse suelen de cosas insólitas o absolutamente inservibles para poder entrar en el Libro Guinness de los Récords, en el Muelle de la Sal pusieron «la barra de bar más grande del mundo»: más de medio kilómetro de largo, 520 metros exactamente, donde 300 bares y establecimientos de alimentación de la provincia dieron gratis total 45.000 tapas a la gente que hacía cola, según otro dicho sevillanísimo que repite el gran especialista en la materia, Eusebio León:

-Si es gratis, cueste lo que cueste.

No quiero aguar la fiesta a los organizadores del Medio Kilómetro de Mostrador, pero Sevilla tiene más que batida esa marca, sin necesidad de Libro Guinness, la empresa que un día fue la dueña de nuestra Cruzcampo, santo y seña de Sevilla. Esa barra de tapas tenía 520 metros, ¿no? Bueno, pues 520 metros de barra de bar los hay en cualquier barrio de Sevilla, y no digamos en las zonas saturadas donde el Ayuntamiento no da una licencia más para establecimientos de este tipo. ¿Usted se ha preguntado cuántos kilómetros de barra de bar hay en Sevilla? Yo sí me lo he preguntado, e incluso buscado en los indicadores económicos, pero no he conseguido saberlo. Tú pones una barra de bar de Sevilla detrás de otra y llegas, como muy cerca, a Córdoba. Seguro. Y si supiéramos ese dato, sería un indicador económico y social de muchas cosas. Aquí, por las estadísticas y los anuarios económicos, sabemos cuántos parados hay; cuántos alumnos matriculados en esas fábricas de parados que son las distintas Universidades; cuántos inscritos en la Seguridad Social; cuántos hermanos de la Macarena. Sabemos los pisos turísticos, legales o no, que hay; los locales sin arrendar a los que nadie les mete el diente, porque tienen mal fario. Sabemos cuántas franquicias hay, y cuantos kilómetros cuadrados de oficinas vacías, no hay más que acercarse por el Parque Nueva Torneo para hartarse de llorar. Sabemos el número de veladores que hay en las calles obstaculizando el paso de los peatones, y cuántas hectáreas ocupan, y cuántos kilómetros de carril bici hay, y cuántos taxis, y cuántos cabifais del Paraguay con sus devotos defensores, que a la fuerza quieren hacerte de esa observancia que tanto elogian y que dejes de llamar al Radio Taxi o al Tele Taxi de toda la vida. Pero no sabemos, ay, cuántos kilómetros de barra de bar hay en Sevilla. Si lo supiéramos, hasta nos habríamos evitado las colas y los empujones del Muelle de la Sal para tomar tapas de gañote. Seguro que es una cifra que entra ella solita, del tirón, en el Libro Guinness, como esos toros mansos de solemnidad a los que les sacan pañuelo verde y se vuelven solos al corral sin que lo tengan que arropar los cabestros.

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