Aislar a las Tres Mil
En los guetos, donde nos reclaman solidaridad, son insolidarios para parar el virus
Las fotos que hemos visto en ABC de las rebeliones en las Tres Mil Viviendas contra la Policía que ordenaba a la gente confinarse en sus casas en cumplimiento del estado de alarma por el coronavirus acercan a Juan Flores y Manuel Gómez, sus autores, ... a la estética murillesca. Los dos fotógrafos, que son excepcionales pintores diarios de la realidad, se han adentrado en el barroco sevillano contemporáneo con ese reportaje, que desvela la cruz de la ciudad en el grito desdentado de la mujer que increpa al agente desde su ventana. Estos días hemos comprobado que en los barrios marginales de Sevilla, que son los más pobres de España, la culpa está más de aquel lado que del nuestro. Es duro decirlo, pero la verdad no puede ser nunca cautiva de la corrección política. Los mayores problemas para conseguir que los vecinos cumplan la orden de aislamiento dictada por el Gobierno para frenar la expansión de la pandemia se han producido allí donde los residentes más acostumbrados están a eludir las leyes. Que me perdone quien viva en estos lugares y está cumpliendo a rajatabla las normas. Esto no va con ellos. Todo lo contrario. Va por ellos, que son quienes más mérito tienen en el civismo de la ciudad porque no sólo cumplen en zona hostil, sino que además tienen que cargar con el sambenito que le colocan sus paisanos. Esto va con los excluidos aposta. Y es una reflexión que se salta a la torera todos los falsos consejos políticos que nos invitan a ser condescendientes con ellos porque hay que ayudarlos a integrarse. Hipocresía pura. Los propios cargos públicos reconocen en privado que allí no hay nada que hacer. Así que yo lo voy a escribir sin vendas ni algodones. Todo el esfuerzo que dediquemos a integrar al sector más degradado de estos suburbios es inútil. Despilfarro. Porque la responsabilidad es sólo suya.
Estas personas están marginadas por su propia voluntad, no por nuestra soberbia. Cuando nos acercamos a tenderles la mano, nos la muerden. Cuando intentamos razonar con ellos, nos agreden. Cuando invertimos dinero público en sus calles, las destrozan. Cuando les ofrecemos recursos para formarse, los revenden. Y cuando la Policía actúa en alguno de estos guetos de la droga, apedrean a los agentes. Esto es así. Y por mucho que lo ocultemos no va a dejar de serlo. Son personas egoístas a las que integrarse no les renta porque es más cómodo incumplirlo todo que relacionarse con los demás de manera ordenada. Esta gente nunca va a hacer un esfuerzo por nadie. Lo único que les importa del mundo es su mundo. Los demás son enemigos. Pero eso no se puede decir, aunque lo piense todo el mundo, porque entonces eres un facha.
En zonas muy concretas de las Tres Mil o Los Pajaritos existe un submundo insoportable que, en estos días de crisis y miedo para todos, no ha tenido ninguna solidaridad con los demás. Luego, cuando todo vuelva a la normalidad, nos reclamarán ayuda y nos acusarán de tenerlos abandonados. No caigamos en la trampa del buenismo otra vez. O nos aislamos de ellos, o nos contaminarán con su miseria.
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