La Alberca
Gloria al tubo de la Feria
Los alarmistas quieren suspenderlo ya todo, pero tras tanta angustia hay que gestionar también la esperanza

En los desesperantes vaivenes de la pandemia, que se comporta como el columpio de una venta, ha empezado a escucharse el eco de la rendición. El estado de ánimo oscila entre la euforia de la vacuna y la angustia de la sexta ola. Es muy ... difícil ya aguantar a la gente en la celda de la mascarilla, del pasaporte Covid y sobre todo del confinamiento. Más allá de que Pedro Sánchez tomó medidas inconstitucionales contra las libertades generales para frenar la expansión del virus, cosa que ocurrió más por su incompetencia formal que por sus razones de fondo, esta pandemia nos ha demostrado que los amigos de Facebook y todo el entramado de amistades virtuales es un trampantojo. Los seres humanos necesitamos amigos de verdad. Vivimos de tocarnos. Por eso en los meses posteriores a la vacuna nos hemos desbocado en los bares, en las comidas familiares, en las barbacoas del patio, en las casas rurales, en las procesiones extraordinarias, en las luces de Navidad... Psicológicamente estamos al límite. Y la salud mental es tan importante como la pulmonar. Los datos de mortalidad no engañan. Parar el Covid ha supuesto desatender el cáncer. El encierro y las restricciones nos han comido el ánimo. Y cuando el desencuentro entre lo que necesitas hacer y lo que debes se alarga en el tiempo, el instinto lleva a la desobediencia. Por lo tanto, el responsable público que no incluya este factor en la coctelera de las decisiones sólo puede acabar provocando un motín. Hay que saber gestionar la esperanza con la misma importancia que la responsabilidad. La gente necesita tener un horizonte feliz si se le van a seguir pidiendo esfuerzos.
La situación actual es compleja porque la tasa de contagios está subiendo con levadura, aunque la incidencia hospitalaria se está resintiendo mucho menos que antes de la vacuna. Algunos expertos dicen que Ómicron es el final. Otros creen que lo que viene va a ser duro. Y las navidades se nos echan encima sin que sepamos si conviene la prudencia o la familia. Los alarmistas profesionales proponen suspender ya la Cabalgata, la Semana Santa y la Feria. Pero el propio bamboleo de la pandemia nos ha enseñado que ha que equilibrar la balanza. La colocación del primer tubo de la caseta municipal esta semana en el real ha sido una buena decisión. El Ayuntamiento tiene la obligación de convocar a la moderación y también a la ilusión. No es incompatible precintar locales en los que hay dos mil personas sin mascarilla y organizar la Feria con previsión. El tiempo dirá si hay que parar el montaje cuando se acerque la fecha, pero quedan más de cuatro meses para el Alumbrado y la gente necesita tener esa llama encendida. Y lo mismo pasa con la Semana Santa. La inversión necesaria para montar todo el entramado no es un riesgo para el dinero público, aún no es una falsa expectativa ni un despilfarro irresponsable en tanto que ayuda a la salud mental de los sevillanos, al anhelo de la vuelta a la vida, no a la normalidad. A la vida. Porque todo lo que sea privarnos de nuestra esencia es malvivir. Por eso el de la Feria puede ser el primer tubo del paraíso.
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