Suscríbete a
ABC Premium

La Alberca

Así mueren los hombres

Aquilino Duque, uno de los grandes poetas españoles del siglo XX, prefirió el olvido a traicionarse

Alberto García Reyes

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Esta tarde, Aquilino, tú sobre el puente verás pasar tu vida azul hacia el mar en tus horas bajas, esas que abren en el alma el surco, difícil de llenar, de los remordimientos. Y arderás como tu bandera en llamas, ya para siempre sin arena ... en el vaso de arriba. Y será tu propio eco el que recite tu destino: «Quemarte es desplegar / un fuego rojigualda». España siempre fue tu utopía, tu desvelo interior, tu grito sevillano de poeta romántico en la ciudad del limonero. Esa ácida soledad de tu tierra nativa te llevó siempre a rastras por el erial de la incomprensión. Eras demasiado sabio como para ser alzado en las andas de la mayoría. Tú tuviste la culpa de tu abandono porque en lugar de desaprender para estar más cerca de los demás, seguiste hurgando en el agujero de lo desconocido para ascender a la cumbre de la poesía española del siglo XX, te fuiste aislando de una sociedad mediocre que en lugar de pedirte perdón te acusó de huraño. Recuerdo ahora bien, casi como un toro que me estuviese comiendo el terreno, el poema que leíste en el Alcázar para honrar a tu amigo Romero Murube. Recuerdo, y tengo que perderle un paso al pitón del tiempo para evitar la cornada, que Manolo del Valle ya no estuvo aquel día. Y tú miraste a Joaquín Caro Romero, patricio que en su pelo blanco ha atrapado todo el aire lorquiano de la Roma andaluza, para deciros los dos últimos grandes poetas de Sevilla que aquella ausencia era el preludio de una esquela. Escogiste un poema de malvas, «En el cementerio del Suroeste en Barcelona», para empezar a despedir a Manolo desde las lápidas lejanas de Montjuic: «¡La muerte aquí, frente a esta augusta calma / del mar antiguo, en soledad sonora!». Hoy esos versos son para ti, tan puro siempre tras esa fachada de hombre desabrido, tan inmutable en tus ideas, tan conservador y tan rebelde. Fuiste una piedra con alma. Una buenísima persona impenetrable. Una soledad sonora.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación