LA ALBERCA
Los siete pulmones del Betis
No puede ser casualidad que su casa llevara su apellido, Heliópolis, ciudad del sol

EN el ascenso de Jaén todavía pudo correr por el campo como en aquellos años de bisoñez de la aviación. Luis volaba por la banda porque se hizo mozo trabajando en los talleres aeronáuticos de la Sevilla de los cuarenta. Y cuando llegó a aquel ... Betis de malabaristas de seda, rompió los cánones del balompié sevillano con sus filigranas de hierro. Mi abuelo, que sólo lo vio jugar a través del transistor, me contaba que los dos jugadores más grandes que había tenido el Betis eran Del Sol y Quino. Y gracias a aquellos alegatos, sobre todo los domingos en los que el equipo había dado uno de sus tradicionales petardos, fui construyendo en mis adentros un beticismo soleado que se basaba en la esperanza. Si Dios había puesto el escudo de las trece barras a genios de esa magnitud, mi obligación era esperar. El 'manque pierda' no es más que eso, saber esperar. Quienes no aceptan la filosofía verdiblanca creen que se trata de un lema derrotista, pero verán la luz el día que descubran que no hay idea más victoriosa que la de la aceptación cuando está sembrada de ambición sana. Luis del Sol sólo sabía conjugar un verbo, ganar, y ha sido uno de los mayores mitos de la historia del Betis. Por eso desde ayer a la hora de su último hálito por la banda del Villamarín sobrevuela por Heliópolis el triunfo de la memoria. Siempre se vence cuando se ha cambiado la historia. Mi abuelo me repetía que el fútbol era una cosa antes de Del Sol y fue otra después. No porque se llevara su avión al Real Madrid para marcar una época, ni porque fuese uno de los primeros futbolistas españoles en jugar en el extranjero. Ni siquiera porque consiguiese convertirse en una deidad de la Juventus de Turín. Él cambió el arte del balón porque debajo de la camiseta que llevara se ponía también la del Betis. Combinó la profesionalidad con la devoción sin confundir a nadie. Y se dejó la vida misma en cada partido porque consiguió abstraerse del dinero con la pelota. Los béticos de mi generación llevamos en el móvil la foto de Gordillo con la camiseta del Madrid en mitad de la alineación verdiblanca. Esa escuela viene de 'sette pulmoni', que siendo ya compañero de Di Stefano o Puskas regresaba a casa de sus padres, Bonifacio y Abelarda, en el Empalme de San Jerónimo, a donde la familia se había trasladado desde Soria cuando Luis tenía sólo dos meses. El éxito fue para él una obligación y su casa una devoción. El Betis estuvo en cada estadio que pisó. Sevilla viajó en su maleta por los grandes escenarios de Europa. Y cuando todo se acabó, volvió al lugar del mundo en el que el destino había puesto su nombre. Heliópolis. Ciudad del sol.
Acaban de cumplirse veinte años de aquel ascenso en Jaén, cuando sustituyó a Fernando Vázquez para intentar el milagro. Lo logró y luego dio un paso al lado porque le dolía el Betis demasiado como para estar tan cerca. Nada más llegar a casa aquella noche besé el transistor de mi abuelo. Y desde ayer guardo ahí sus siete pulmones hasta mi último día de Sol.
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