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«Andrea no está loca» según Salvador Navarro, y dos compadres nada lorquianos

Es la cuarta novela de este ingeniero industrial y además escritor sevillano que se llama Salvador Navarro, que profesionalmente trabaja desde que acabó la carrera en la factoría de cajas de cambio que Renault (bien por Fernando Alonso, dicho sea de paso) tiene en San Jerónimo. Su título es «Andrea no está loca» (Editorial C & M) y cuenta una historia en la que un joven sevillano llamado Fran tiene que enfrentarse a la huida de Sevilla de su prima y referente vital Andrea, cinco años mayor que él, que desaparece, y que a los veinte años y ya con 40 de edad, le escribe invitándolo a pasar unos días de agosto en su minúsculo apartamento del Harlem; Fran viaja hasta allí, y se encuentra con que Manhattan y Andrea lo torpedean sin escrúpulos, y que todo lo que no ha vivido se lo encuentra paseando por la ciudad, lo que le supone un enfrentamiento con su pasado y un encuentro con su presente, en el que escucha los sonidos del amor y el sexo al límite. Por eso, a su vuelta a la capital hispalense, comprende que su choque con Andrea no puede quedar en nada.

Dos compadres. Pero cambio de tercio, y el cambio me lleva a Federico García Lorca, cuyos restos quiere ahora exhumar el juez Garzón, aunque no lo cite yo por eso; y es que sin que siquiera se me ocurra a mí dudar de la inmensa calidad de su obra literaria, sí pienso, porque el pensamiento es libre, que era muy trágica. Por ejemplo, y como minúsculo botón de muestra, aquello de «Ya suben los dos compadres/ hacia las altas barandas./ Dejando un rastro de sangre./ Dejando un rastro de lágrimas. / Temblaban en los tejados/ farolillos de hojalata./ Mil panderos de cristal,/ herían la madrugada./

Porque yo, qué quieren que les diga: si hay que escribir de compadres, prefiero hacerlo de otra manera, verbigracia, como lo hago ahora de Rafael Álvarez Colunga y Miguel Gallego Jurado (los cito por orden de antigüedad en el DNI), que lo son porque el primero apadrinó a Miguelito, hijo del segundo. Y es que hoy, día de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael (según mi calendario), van a celebrar conjuntamente sus onomásticas invitando a los amigos en lugar que no especifico, porque si lo hiciera y por aquello del consabido «siendo de balde cueste lo que cueste», el lugar de celebración podría ponerse como la cola del paro.

Que eso son dos compadres, dando buen jamón, buen vino y otras excelencias (supongo), y no los lorquianos, dejando rastros de sangre y de lágrimas, con los farolillos temblando en los tejados y no sé qué cojinetes de penas y tristezas más. Ole.

jlmontoya@abc.es

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