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Los ángeles de Cádiz

¿En manos de quién dejamos nuestros tesoros patrimoniales?

Felix Machuca

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A los duros antiguos que tanto en Cai dieron que hablar le han salido unos angelitos de La Roldana, despreciados en un basurero como los negritos de Chicago muertos de jambre que cantaban Los Chanclas, para que todo el mundo mundial, desde donde sale el sol hasta donde se pone, se lleve las manos a la cabeza por culpa de tanto escándalo. Escándalo cantaba Raphael. Y para conjurarlo lo encaraba diciéndole a la gente «que no me importan que murmuren/ni que mi nombre censuren…» Y en Cai, pese a lo que digan los de nueva adscripción, los que la han descubierto desde Madrid para ser del Manteca de toda la vida, no solo se censura por carnaval y en los lavaderos de las azoteas donde se ensayan las letras que el Selu, Paco Alba y el Liby escriben en verano. En la tacita se censura durante todo el año. Como en todos sitios. Que no hay cosa más aburrida en el mundo que profesar los votos de yo no he dicho ná, hermandad que tiene muchos seguidores pero casi ningún practicante. ¿Es o no es, Curro Orgambides?

La que lió Drake cuando invadió la ciudad no dará tanto que largar como la que están dando Los ángeles de Cádiz. Ángeles que no eran del infierno pero que han metido en el mismo a unos pocos, por desahogados, por irresponsables, por ese impulso de doméstica embravecida que tira lo que le parece viejo, sin distinguirlo de lo antiguo. En el museo Bulzano de Milán, en 2015, una limpiadora tiró a la basura parte de una obra de vanguardia por creerlo restos de desperdicios de la noche anterior. La chica, en su buena fe y guiada por un prurito de eficacia en el trabajo, tiró a la basura parte de lo que creía era una botellona de diletantes plásticos, cayendo en desgracia por no dominar las vanguardias. Los ángeles de Cádiz no son los desperdicios de una noche de celebración. Aunque estuvieran encriptados y fuera de uso son obras del patrimonio religioso gaditano, de una autora excelsa de nuestro barroco, La Roldana, a la que un indocumentado, tanto como la limpiadora milanesa, los mandó tirar a la basura por considerarlo un desperdicio. En el mundo del patrimonio religioso y civil abundan los vientos de levante, esos que te ponen la cabeza del revés y las cosas salen tan torcidas que espanta darnos respuestas a la pregunta del millón: ¿pero en manos de quiénes hemos dejado tanto tesoro…?

No lo duden. En manos de la limpiadora del Bulzano. Nadie puede evitar que un cura en Borja y otro en Estella dejen bajo la responsabilidad de entusiastas insolventes la restauración de un Ecce Homo o la testa de un San Jorge. No me quiero ni acordar lo que la Junta no quiso ver en el Cristina para que se hiciera un parking en nombre del utilitarismo de la ciudad, ni que las viejas almonas de Triana, pese a las denuncias en su día, reiteradas y persistentes, de Isabel Gómez Oñoro, fueran laminadas por razones de tiempo. No había tiempo ni ganas de rescatarlas. Además, el Aljarafe está lleno de tinajas, como la señora Oñoro le escuchó decir a un técnico de la excavación. Estas cosas pasan porque, seguramente, lo primordial no tiene nada que ver con lo preferente. Y lo preferente suele ser, por regla general, delictivo. Tirar los ángeles de la Roldana a la basura es tan insultante para los responsables de ese patrimonio como el hecho de que su guarda y garantía estuviera en manos que no saben distinguir lo viejo de lo antiguo, el valor del precio, el arte de la moda. Al obispado de Cádiz le va a caer más que al Kichi cuando recibió al Juan Sebastián Elcano vestido de calle… de calle del barrio La Viña. Y con toda la razón del mundo. Ya se afinan las plumas. Ya repican los tinteros. Y las musas sin mayonesa embisten hacia el bulto que rebajó a la Roldana al contenedor de cartones. Solo falta el cuarteto. Que como me cuenta José Luis Villar, carnavalero en el exilio sevillano, ya está hecho el tipo que triunfará en el próximo carnaval. La Roldana, su hermana y los cuatro ángeles con la palangana…

J. Félix Machuca

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