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EL RECUADRO

Carmen Laffón, entre Sevilla y La Jara

No he visto a una artista de mayor valor que ella sin dárselas de nada

Antonio Burgos

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Decía Juan Belmonte: «Se torea como se es». Y viendo cualquier cuadro de Carmen Laffón, piensa uno: «Se pinta como se es». Era delicada, fina, cariñosa, humilde, y así pintaba. Como todos los grandes, sin darse la menor importancia. No he visto a una artista ... de mayor valor que ella sin dárselas de nada, sin exhibirse, sin vanagloriarse, sin pedir aplausos y reconocimientos, sino siempre encerrada en su estudio o recluida en su casa de La Jara. Precisamente a las horas en que el Gran Poder estaba en la calle fue cuando se llevó a nuestra gran pintora, que lo había retratado en un cuadro-cartel irrepetible de sencillez y de verdad: el Señor de Sevilla con sus manos atadas, como en el besamanos, y con su túnica morada sin bordar. La hija del médico de la calle Vírgenes que pintó uno de los mejores carteles de Semana Santa con la delantera del paso de la Virgen de La Candelaria de su barrio, se ruborizaba cuando se le elogiaba uno de sus cuadros, como uno mío preferido, que fue la vista de Sevilla que pintó como transparente telón de embocadura para el montaje de ‘El Barbero de Sevilla’ que hizo el Teatro de la Maestranza. O la originalidad de un cartel de toros como un trampantojo de otro cartel o como una muñeca rusa, que pintó para ‘Toros en Sevilla’ por encargo de la Real Maestranza.

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