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Aznar y Felipe

Los partidos deben ejercer la docencia de la decencia y dejar de ser máquinas electorales y agencias de colocación

Encuentro entre Felipe González y Aznar en los 40 años de la Constitución MAYA BALANYA
Fernando Iwasaki

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La cordial conversación que sostuvieron hace unos días Felipe González y José María Aznar es la mejor noticia que podemos compartir los ciudadanos en estos turbulentos tiempos que corren. Y no lo digo pensando en la salud del bipartidismo sino en los consensos del futuro, porque Aznar y Felipe representan mucho más que unas siglas políticas. Ambos encarnan a los estadistas que consolidaron la democracia española y que a pesar de las discrepancias son capaces de estar de acuerdo en las prioridades.

En más de una ocasión he leído y escuchado elogios a la valía intelectual y personal de los políticos que protagonizaron la Transición. Y no había necesidad de trasladarse al Congreso de los Diputados, porque el nivel de nuestro propio Parlamento andaluz durante los años ochenta no se ha vuelto a repetir ni se repetirá jamás. Reconozcamos pues, que liderar a aquellas personalidades en coyunturas tan exigentes requería atesorar unas cualidades especiales. Por eso Aznar y Felipe se encuentran a años luz de todos los que llegaron después: porque fueron los mejores de una generación que de por sí ya era extraordinaria.

Y como ninguno de los políticos actuales se aproxima siquiera a la dimensión de Aznar y Felipe, la vieja técnica maoísta de envenenar el agua se ha puesto en marcha y así escuchamos a más de uno despotricar de la Transición, de la Unión Europea y de las alianzas internacionales que le permitieron a España modernizarse y prosperar más que ninguna otra nación europea durante las dos décadas que gobernaron Aznar y Felipe.

Por otro lado, la última puesta en escena del consenso constitucional de nuestros ex-presidentes tuvo un antecedente notable. A saber, la denuncia de los abusos e iniquidades del régimen autoritario de Venezuela. En efecto, ambos denunciaron y continúan denunciando los atropellos de un régimen despótico y corrupto, dejando así en evidencia a quienes dentro de España se afanan por defender y legitimar los atropellos del régimen bolivariano.

Con todo, mi cometido no es seguir enumerando detalles del pasado para poner el dedo en la llaga de las diferencias que separan a Aznar y Felipe de sus sucesores. No. Mi propósito es hacer hincapié en el ejemplo que nos siguen proporcionando a los ciudadanos tan sólo sentándose a conversar y demostrando así actitudes, valores y sentimientos que han desaparecido de una escena política contemporánea dominada por el desprecio y el sectarismo.

Que Aznar y Felipe produzcan urticaria en las parroquias rivales es comprensible, pero que incordien incluso a líderes de sus propios partidos es digno de análisis. España necesita más estadistas como ellos, pero para eso los partidos tendrían que ejercer la docencia de la decencia política y dejar de ser maquinarias electorales y agencias de colocación.

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