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ANTOLOGÍA DEL RECUADRO

La capa de Santa Teresa

Se la imponen en el convento de Las Teresas a las embarazadas para un buen parto

Antonio Burgos

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Sevilla es un pozo sin fondo. Por más que leamos, escuchemos, vivamos intensa y amorosamente la ciudad, nunca llegamos a abarcarla por entero, insondable, misteriosa, hermética muchas veces, Vieja Dama que lleva sufrido y gozado lo suyo. Y entre la mucha Sevilla que solemos desconocer, la ciudad de los conventos. La Sevilla Oculta de las clausuras, los jardines íntimos y cerrados, los tornos de los dulces, siempre bendiciendo a la Virgen como en la quintaesencia de una copla de Miguel Cid: «¡Ave María Purísima!», «Sine Labe Concepta».

La historia que contar quiero, y que desconocerán quizá muchos sevillanos, como servidor hasta el otro día, transcurre en un convento de clausura. En la aritmética de Dios de estas santas mujeres entregadas a la oración, en las que por decirlo en palabras comerciales «externalizamos» las peticiones y acciones de gracias a Dios, hay un común denominador: el silencio y la campana. ¿Por qué todos los silencios de los conventos de clausura de Sevilla son el mismo silencio? ¿Por qué cuando llegas a su portalón de madera y llamas ese silencio común es roto por una campana que parece siempre la misma, en San Leandro y en Santa Paula, en Madre de Dios y en Santa Inés?

La amiga que tras grandes esperas y esperanzas está finalmente aguardando para dentro de unos días el nacimiento de su primera ansiada y buscada hija, como un canto a la vida y a la familia, nos llamó para que la acompañáramos a uno de estos secretos ritos de las clausuras sevillanas que forman los tuétanos ignotos del alma de la ciudad:

—Mañana tarde voy a Las Teresas a que me impongan las monjas la capa de la Santa, que trae siempre mucho bien a las embarazadas de ocho meses.

Y allá que fuimos, en la tarde otoñal con cielo color losa de Tarifa de las Gradas, Borceguinería arriba y Mesón del Moro hasta Las Teresas. Llamamos y sonó esa misma campana que rompe el mismo silencio de todos los conventos de clausura. Entramos a un atrio: a un lado la maravillosa iglesia, al otro el torno. Atrio que como en tantos conventos, tiene mucho de patio de la gañanía del cortijo de Dios, donde se labra la oración y se cosechan esperanzas. Llamamos al torno: «Venimos para la imposición de la Capa de Santa Teresa». Aguardamos en aquel silencio de naranjos y ciprés, de la buganvilla que está sobre la alberquita donde nada el pez que cuida la Hermana Amalia. Al rato abrieron las carmelitas descalzas la puerta de una como sala de visitas con sillas de enea, prima hermana de la de las Hermanas de la Cruz en el convento de su casa madre de Madre Angelita. Y trajeron, en silencio, como se traslada al Santísimo para su reserva en el sagrario de una capilla sacramental, la Capa de Santa Teresa. Es una de las valiosas y secretas reliquias de Santa Teresa que el Carmen Descalzo guarda en su convento de Sevilla. Reliquias como el manuscrito original de «Las Moradas» o el único retrato real de la Santa, obra de Fray Juan de la Miseria, al que con gracia dijo: «Me has pintado fea y legañosa». Y esta milagrosa Capa de la Santa, con la que murió en Alba de Tormes y a la que acuden para que se la impongan las mujeres que van a dar a luz o que tienen dificultades para quedarse embarazadas.

Ves la capa y estás evocando el mundo de Santa Teresa, contemplado al fondo por el Santo Madero que dejó allí San Juan de la Cruz, empotrado en la pared como las otras tres de la esquina de la calle Cruces con Ximénez de Enciso. Es una carmelita capa de estameña, recia, castellanísoma, como capote de pastor de la Mesta, que hasta el suelo llega. Las dos hermanas se la impusieron a mi amiga, embarazada ya más allá del octavo mes, en vísperas de la parturienta luna gigante de noviembre. Y se hizo más hondo el silencio mientras las hermanas y todos nos santiguamos y rezamos un padrenuestro y un avemaría, encomendando a Santa Teresa la vida nueva que habrá de llegar a esta Sevilla de las clausuras, tan honda como un pozo, venero que nunca llegamos a abarcar en la profundidad de sus ritos y devociones.

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