TRIBUNA ABIERTA
El doctor Marañón en el recuerdo
El fondo y fin del acto médico es, precisamente, llegar al diagnóstico rápido y certero para poder curar, aliviar o consolar al paciente

En el ejercicio de mi profesión siempre he tenido como referente a dos médicos. El primero es Santiago Ramón y Cajal, arquetipo del «médico investigador», dedicado en cuerpo y alma a sus estudios sobre las neuronas, sin importarle el «bien económico». Se vio obligado a ... desarrollar otras actividades para poder enmendar su pobre pecunio (descubrió un método para la fotografía en color que vendía en su propia casa). Dotado de la persistencia y machaconería de los maños, solo y sin ayuda oficial obtuvo, entre otros premios, el Nobel. «Desengáñese usted –le decía a un colaborador- nosotros los investigadores somos del piso bajo. Los médicos clínicos del Principal».
Su obra aún vigente ‘Histología del sistema nervioso del hombre y los vertebrados’, demuestra su tenacidad. Dejó a su muerte infinidad de estudios y manuales científicos, un conjunto de discípulos que siguieron su trayectoria en el Instituto Cajal, una jugosa e interesante obra literaria, fue hasta Senador del reino... y sobre todo tuvo una vida honesta e independiente que marcó su producción investigadora y científica.
El otro médico es Gregorio Marañón, «El hombre de mundo». Escritor, político, conferenciante, pensador, catedrático de Endocrinología y médico internista, siempre acertado, de amplia consulta en el Madrid, monárquico y republicano, con un exilio en París, tras desengañarse de la política regresó a España para seguir su ejercicio profesional que era su principal medio de vida.
La vida y obra del doctor Marañón ha dado para varias biografías, todas interesantes y didácticas. En los capítulos centrales de ‘Gregorio Marañón, vida, obra y persona’, Laín Entralgo va desgranando los escritos donde Marañón perfila lo que se conoce por el «acto médico» y comenta el profesor Laín: «La sagacidad clínica de Marañón y su dilatada entrega a la exploración directa del enfermo, le otorgaron una extrema maestría en el diagnóstico» (sic). Es cierto, el fondo y fin del acto médico es, precisamente, llegar al diagnóstico rápido y certero para poder curar, aliviar o consolar al paciente, fin por el que se consulta al profesional.
Lo importante es cómo Marañón nos lleva al diagnóstico acertado. Él tenía la costumbre de pasar al paciente personalmente de la sala de espera a su despacho. Con su figura, alto de una magnífica presencia, tendía la mano al paciente –así me lo narraba una persona que fue paciente suya–, le llamaba por su nombre, ofrecía asiento al enfermo y acompañantes y él era el último en sentarse. Mientras, ya estaba inspeccionando al paciente, su forma de andar y su aspecto, inspección que completaba, una vez sentado, con una breve conversación: «De dónde es usted…», «qué conocidos tenemos en común»… Cosas como éstas allanan la tensión del momento. Proseguía con las preguntas de rigor para hacer una anamnesis: ¿Qué le pasa?, ¿desde cuando?, ¿a qué lo atribuye?, antecedentes familiares, curso y desarrollo del mal. Todo evitando el «conductismo» y haciendo que el interés mostrado vaya llenando de confianza al paciente, que poco a poco se va relajando.
Estos datos son el principio de diagnóstico que se irá conformando con los siguientes pasos, que son la exploración directa, la visualización, la palpación, la aplicación de auscultación y otras pruebas que el médico pueda ir aplicando después en unos trascendentes momentos, aplicando el conocimiento y la experiencia para el diagnóstico diferencial, eliminando otras causas menos probables de otras enfermedades.
Cuánta sagacidad y aplomo se le exige al profesional médico para acertar y no errar en tan importante y breve momento. A pocos profesionales de otras materias se les exige tanto en tan poco tiempo, cargándose de ‘autoritas’ y responsabilidad.
Marañón ruega al paciente que tome asiento de nuevo junto a sus familiares y allí explica con detenimiento todo lo que ha deducido de sus exploraciones, llegar a un diagnóstico y, por supuesto, hacer un pronóstico con detenimiento, sin prisas, en lenguaje que sea entendible, procurando impactar en el enfermo para hacer de él un aliado que confía en alguien que se ha interesado por él, que va a cumplir el tratamiento, paso fundamental para tratar de la mejoría del paciente.
Para esto es necesario un tiempo, que el profesional no esté acuciado por las prisas y por supuesto precisa la entrega del profesional al paciente, sin tener la mente entretenida en otras circunstancias.
Este «acto médico» acorta el tiempo de diagnóstico, eliminando en lo posible pruebas complementarias algunas veces no totalmente necesarias que solo alargan el fin principal del médico que es, el curar. ¿Se puede aplicar todo ello en la actualidad? Muchas veces lo suplimos en bien de la premura, por el enorme crecimiento de la enfermería, por la necesidad de un diagnóstico seguro y definitivo, por las pruebas complementarias, valiosísimas, certeras, definitivas, imprescindibles. Pero además todo eso se tiene que acompañar de la ternura, el acercamiento e interés por la persona. No existen enfermedades sino enfermos. Nos lo enseña Marañón. Dedicar unos minutos para interesarnos por la persona, hará buenos médicos y médicos buenos.
(*) Carlos González Vilardell es médico y académico correspodiente
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