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Defensa de Santa Ana

En la iconografía representana Santa Ana como si fuera la Vieja del Candilejo, no la madre de la bellísima Madre de Diosde la calle Pureza

Antonio Burgos

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Con los 365 que hay en el año, en Sevilla hay solamente un día «señalaíto» por la tradición del cante: el de hoy, fiesta de Santa Ana. No son «señalaítos» ni el Viernes de Madrugada; ni la Mañana de la Virgen que no hay que decir cuál es ni qué mañana. No es «señalaíto» el Corpus de seises y romero, ni el íntimo día de San Clemente, aniversario de la Reconquista fernandina, cuando la espada desnuda del Santo Rey vuelve a defender simbólicamente cuanto representa Sevilla mirándose en su propio espejo. Que quizá sean las aguas del río. Al avío, que se va el río camino de Sanlúcar, dejando atrás los ojos del puente. Triana es una mujer: no hay nada más que ver los ojos tan bonitos que tiene. Los del puente. Un puente como hecho a la medida para que vengan a Sevilla las cofradías de Triana. Y para que lo cuelguen de banderas por Santa Ana en su día «señalaíto».

No sabía yo que fue en Sevilla donde comenzó a rendirse culto a Santa Ana, el primer lugar del orbe católico que se acordó de la Madre de la Esperanza de Triana, de la abuela del Cachorro, del Señor de las Tres Caídas, del Nazareno de La O. Para mí que Sevilla le debe este culto a Santa Ana, como tantas otras cosas, al Rey Sabio. Fue el hijo de San Fernando el que mandó levantar un templo en honor de la Madre de la Virgen del Patrocinio. Un templo sin leyenda, sobre el que le invento ahora mismito una, a qué esperar más. Fue cuando Alfonso el Sabio le hizo una promesa a Santa Ana y dijo: «Fagamos extramuros la primera parroquia que se levanta tras las de mi padre Fernando; y fagámosla de una forma tal, que los siglos venideros la tomen por lo que es, por Catedral de Triana». Dicen que el Rey Sabio mandó en 1266 levantar ese templo en cumplimiento de una promesa que le había hecho a Santa Ana cuando sufría una enfermedad en los ojos que suena completamente a Rafael de León: un «dolor de clavo». La razón de la construcción de la Catedral de Triana la pones con música de Quiroga o de Font de Anta en boca de Gracia de Triana, de Paquita Rico, de cualquier estrella de la canción del barrio, y es una copla: «El Rey sabio lo ha mandao/y este templo han construío/por aquel dolor de clavo/que le quitaba el sentío».

Pero aunque en Triana se la venere, y se pinte color azul Estrella su día «señalaíto» en el almanaque, Santa Ana tiene muy mala Prensa en la iconografía cristiana. Hay que ir a la Catedral de Triana para no ver a Santa Ana como representársela suele, sino en todo su esplendor y gloria de la talla de vestir de Francisco de Ocampo de principios del XVII, en el retablo de Pedro de Campaña. Allí Santa Ana aparece con la Virgen y con Jesús. En su Catedral de Triana, Santa Ana está representada con toda la realeza con que los sevillanos de entrambas orillas del río nos imaginamos a la abuela del Gran Poder. En la iconografía al uso, y la he visto así por todo el ancho mundo, llevando de la mano a mi nieta, que se llama como ella, representan a Santa Ana como si fuera la Vieja del Candilejo, no la madre de la bellísima Madre de Dios de la calle Pureza, que debió de salir a la que la parió, ¿o no? Que no podía ser esta vieja desdentada, de aguzada barbilla, con pinta de Bruja Piruja. Hasta en la catedralicia capilla de la Virgen de la Antigua está representada así, de vieja pelleja, mientras que San Joaquín sale más favorecido. Y pensando que eso no podía ser, Triana le dedicó a Santa Ana toda la grandeza de sus Gozos: la representó con toda la belleza que el Arrabal y Guarda chorrea. Una Santa Ana fea y vieja puede ser de cualquier lugar del mundo, pero nunca de Triana. Se habla mucho de la tradición de la Velá de Santa Ana. Pero muy pocos han hecho esta defensa de la belleza de la Santa Ana trianera. Toda una Señora entrada en años, que nos hace pensar que quien tuvo lo que tuvo, retuvo, y que no es lo mismo que esa vieja con que ofender suele a Santa Ana la iconografía de la Cristiandad.

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