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El Demonio sabe latín

Verdaderamente, la existencia del demonio es un dogma de fe para los católicos, pero, a excepción de en algunas películas y anuncios publicitarios, su negro protagonismo se ha desvanecido; quizás porque el infierno, su morada particular, deja de ser un lugar concreto en la inescrutable geografía del más allá, y se hace presente, de maneras diversas, cada vez que las situaciones y los momentos resultan preñados de maldad.

En esto del demonio, por lo demás, se constata también la inconsistencia de las unanimidades, porque, aunque creado en su origen como un ángel bondadoso, pronto desertó de su filiación divina y se arriscó, con una cohorte maligna, en el oscuro exilio del infierno, para maquinar incursiones y quebrantos en la aduana del purgatorio, e incluso poseer el ánimo de los vivos con la hipoteca de sus almas. Por eso, algunos ministros de Dios, reclamados por las congojas de los mortales que elige Satanás para regodearse con sus maleficios, ejercen la difícil práctica del exorcismo y claman el "vade retro".

No sé si estarán conmigo, pero, en el afán humano de personalizar el mal, tal vez para afrontarlo de manera más directa, la representación y la estética del demonio es más bien efectista y tremebunda, casi derivada de esa iconografía medieval en las que las impresiones y los asombros exigían el correlato de imágenes sublimes o dantescas. Es más, hasta los comportamientos de los poseídos por Satanás se manifiestan con las convulsiones más atroces, los ojos desorbitados, el eco ronco y agresivo de la voz, la retahíla de blasfemias escabrosas..., como si el Maligno se refocilara en su protagonismo tenebroso. Más bien, digo yo, las maneras del demonio son sibilinas y "suavonas", se afincan en las conciencias con la aparente levedad de una bruma, y sus poderosos efectos son tan taimados que poco margen queda para resarcirse de ellos. Quizás peor, Satanás también se abona al signo de los nuevos tiempos y globaliza su influjo en el espacio mayor de las grandes decisiones y en el malévolo balance de los desequilibrios injustos, como si pareciera que no hay peor demonio que el hombre, porque el primero ha conseguido camuflarse de una manera prodigiosa. Satanás, entonces, ya no es un tendero de almas desangeladas, sino que preside el consejo de administración de emporio de iniquidades; y, por eso, parece bastante ingenuo pretender conminarlo en latín, esa lengua muerta a la que los exorcistas acuden cuando, delante de un poseído, no están del todo seguros sobre la naturaleza de sus destemplanzas; ya que, si es el demonio, según afirman los más reputados oficiantes, seguro que sabe latín.

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