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TRAMPANTOJOS

Días azules y sol de las infancias

La editorial Visor dedica un homenaje a Antonio Machado inspirado en sus últimos versos

Un Antonio Machado muy enfermo soñó desde su exilio en Collioure con esos días azules y el sol de su infancia ABC
Eva Díaz Pérez

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Aquel día era Miércoles de Ceniza y en la tumba se leía el epitafio:«Ici repose Antonio Machado mort en exil le 22 févrer 1939». Estamos otra vez en febrero y una Sevilla vieja donde se dormía el tiempo vuelve a tener un azul de convento. Febrero de cancioneros apócrifos porque se murió el poeta en tierra extraña. Sevilla envidia a Colliure aunque no tenga limoneros ni palacios con jardines.

Qué hermoso homenaje ha dedicado la editorial Visor a Antonio Machado. ¿La propuesta? Varios poetas contemporáneos escriben un poema inspirado por los últimos versos que guardara el escritor en el bolsillo de su gabán:«Estos días azules y este sol de la infancia...».

En sus últimos días paseaba mucho por la playa de Colliure y quizás llegaría al cercano cementerio intuyendo que allí estaba el final del camino. Pensó el poeta cuánto echaría de menos «estos días azules y este sol de la infancia» que nunca calentaría la piedra de su lápida. Dicen que hablaba a solas con sus heterónimos. Abel Infanzón le reñía por dolerse de tanta melancolía y Juan de Mairena le amargaba con su filosofía de sabio popular. Antonio Machado no podía ya con tanta tristeza y se agarraba al recuerdo de aquellos patios con luces de tardes viejas.

«Pero ¿llegamos ya a Sevilla?», decía la madre del poeta vagando en el delirio durante su trágico viaje hacia el destierro, poco después de pasar la frontera de Port Bou. Aquella última noche española dormirían en un vagón que se encontraba en vía muerta en la estación de Cèrbere. Luego llegarían a Colliure. Fin del viaje.

En estos días azules de febrero las postales se vuelven machadianas: la Sevilla de los campanarios, la fuente de Dueñas, la de la Plaza de la Magdalena y los niños de las cañas de azúcar y un Guadalquivir de prodigios en el que en una tarde de sol aparecieron unos delfines remontando las aguas.

Gabanes color de aceite antiguo, bolsillos de cenizas, los dedos amarillos de nicotina. Antonio Machado pasea por las calles de su ciudad y divaga por los patios, se cuela en las cocinas, visita los claustros, mira las palmeras y descubre el azahar antes de que brote.

Días antes de ese 22 de febrero, Antonio Machado había entregado a la dueña del hotel Bougnol-Quintana, donde se alojaba junto a su madre, un joyero con tierra de España. ¿Dónde la recogería? ¿Le recordaría el mantillo de las macetas de lantanía de los patios sevillanos? Quizás guardó un puñado en el bolsillo de su gabán donde también escondería los últimos versos:«Estos días azules y este sol de la infancia».

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